Desde la última página de este libro viaja un abrazo de gratitud
para cada una de las bordadoras del Baker, por creer y aventurar-
se en nuestro proyecto; convirtiéndose en el corazón de esta
investigación que derivó en nuestro primer libro. Gracias por
abrirnos generosamente sus casas e invitarnos a descubrir juntas
cajones y baúles de artefactos bordados, muchas veces comparti-
dos por primera vez. Por contarnos estas fascinantes historias de
vida y oficio, de antaño y de hoy. Por compartir emociones, anéc-
dotas y procesos creativos. Con amor y dedicación, intentamos
traspasar largas entrevistas a 23 capítulos, donde sus voces y las
nuestras -las de las autoras- van y vienen entrelazándose en un
texto.
Agradecimientos para Yessica Arratia Escobar, Margarita Baigorria
Cruces, Orfelina Casanova Muñoz, Magdalena Cruces Meza,
Dominga Cruces Riquelme, Eloisa Escobar Montecino, Erminda
Escobar Montecino, Ester Hernández Jara, Margarita Troncoso
Escobar, Hilda Troncoso Escobar, Carmen Vargas Escobar, Audoli-
na Orellana Troncoso, Irma Oyarzo Fuentes, Eloísa Paredes
Parada, Marisol Pizarro Ganga, Nilda Pizarro Ganga, Ernestina
Urrutia Jérez, Luisa Vargas Escobar, María Vargas Escobar, Carmen
Vargas Escobar y Rosa Vargas Sandoval. También a quienes, como
depositarios de piezas de su familia, compartieron sus tesoros
textiles con nosotras: Marta Alarcón Casanova, Autolia Muñoz
Catalán, Marcela Opazo Morales, Hernán Arratia Vidal, Alberto
Martinez Miranda y Ubaldino Urrutia Jérez.
Y si este libro fue posible, fue también gracias a nuestras familias.
Yo, Francisca, quisiera agradecer a todos los que me han incenti-
vado a volar y ser feliz. A mi marido, Felipe, por las distancias reco-
rridas y la reinvención. A mis hijos Lucas y Pascuala, luces de mi
vida. A mi mamá y papá por su amor infinito y sus abrazos recon-
fortantes. A mis hermanos, Diego y Constanza, compañeros de
tantas historias maravillosas. A mis hermanas de vida, Flaca, Pipía,
Cata, Paula y Pauli, por creer en mí y acompañarme en las locuras
más insospechadas. A mis abuelas, Pochita, quien con paciencia me
adentró en el mundo de los textiles; Mottie, de quien recibí mi primer
telar naranjo con lanas brillantes y Cuca, por sus sonrisas radiantes y
su compañía. A mi tata, por despertar mi curiosidad en el hacer. A mi
abuelo Carlos, por compartir conmigo esas historias y enseñanzas de
otras tierras. Y, por último, a mi Emili, por esas tardes calientitas en
medio de queques y pies de limón. Soy lo que soy gracias a ustedes,
y hoy celebro su compañía y entrega generosa con este libro.
Yo, Catalina, quisiera agradecer a Eloísa y Aurelia, mis hijas amadas
que me acompañaron en los recorridos por los confines de Cochrane,
explorando desde sus sentidos los mundos de las bordadoras. A mi
marido, Matías Río, por abrazar con amor las largas horas de este
proceso. A mis papás adorados, Paola Campodónico y Cristián
Camus, por guiarme siempre por el camino del amor y la confianza en
todo lo que uno se propone en la vida: ¡incluso escribir un libro! A mis
abuelas, quienes trazaron inconscientemente mi destino textil: Ali
desde su oficio de costurera y la Yeya desde su don con los palillos. A
mi abuelo Checo y a la Mané, quienes impulsaron mis primeros cami-
nos literarios. A mis amigos queridos, la vida en tribu siempre ha sido
más feliz.
Al equipo completo del proyecto: a Marcelo Mascareño que con su
talento fotográfico, y toda su sencillez y dedicación logró capturar la
esencia de esta tradición en rostros, paisajes, manos y artefactos. A
Andrés Mora quien nos llevó por los caminos sinuosos del Baker. A
Catalina Garnica por dedicarle miles de talentosas horas nocturnas al
diseño del libro. A Sofía Montenegro y Constanza Rojas, de Siembra
Contenidos, por una minuciosa edición que permite acercar nuestros
relatos a los lectores. A Daniela Poblete, por los aportes históricos.
También agradecemos a la comunidad cochranina, que nos acompa-
ñó en esta ruta de investigación, puesta en valor y difusión de esta
colorida tradición textil. A las nietas, hijas, maridos y familiares de las
bordadoras, quienes fueron nuestro puente para llegar a las borda-
doras más aisladas de Cochrane.
Agradecimientos