Once cuentos

(Albert Durall Moysset) #1

cocinera tailandesa, -que era su amante-, recalentaron la
sopa y la sirvieron a otro cliente, cuando el rico francés
abandonó el local frustrado, pero sin rechistar (pues, en
dicho restaurante, trabajaba un corpulento vigilante de
seguridad turco, de dos metros y medio).


A los pescadores que escuchaban al viejo, les gustó la
historia y olvidaron, completamente, el Ego invisible (y
“no comestible”).


Ertugrul permaneció en silencio, escuchando, sin abrir la
boca. Cuando el grupo de pescadores se disolvió, regresó
a su casa, diligentemente, pues estaba oscureciendo y
sabía, por experiencia, que las calles de Sultanahmed
eran bastante peligrosas tanto de día, como de noche
pues, en ellas había un montón de tenderos,
restauradores, taxistas, hoteleros y demás ladrones. De
modo que, para no caer en sus garras, desapareció en la
oscuridad tal como hace el Ego.

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