Los falsificadores ciegos

(Albert Durall Moysset) #1

VII.


Al día siguiente, la joven Asteria se dirigió, temprano al
Ágora. Deambuló por las callejuelas hasta que vio a un
hombre desnudo rodeado de perros.



  • Eres tú el hombre más sabio y honesto de Atenas,
    ¿Verdad?-, saludó Asteria, con un tono de voz adulador.


Diógenes contempló el esbelto cuerpo de Asteria en
silencio. No dijo nada. Ante el silencio de Diógenes,
Asteria no supo cómo proseguir. Finalmente, dijo:



  • ¿Te gusta mi cuerpo?

  • Si-, respondió Diógenes-, pero no me gusta tu mente.

  • Si me quedo callada, ¿Te gustaría hacer el amor
    conmigo?

  • Me encantaría, pero no tengo nada para darte (a
    cambio)... O sea que, no lo haré.

  • No te he pedido nada a cambio.

  • Una ateniense rica como tú, no hace el amor, -a cambio
    de nada-, con un meteco sucio y sin hogar, como yo.


Asteria perdió la paciencia y preguntó:



  • Sabiendo falsificar moneda: ¿Por qué vives en la calle
    como un perro?

  • Nunca he falsificado nada. Las monedas del taller de mi
    padre eran de la misma plata que las del taller oficial de la
    moneda ateniense.

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