karawanzine

(karawanzine poeticopX_bn9) #1

más fuerte, la justificación de la injusticia mediante
leyes injustas, manipulables, en un continuo proce-
so de re-escritura que permite que nada cambie, la
cronificación de la enfermedad, el abuso y la muer-
te, el encumbramiento de los que ejemplifican los
valores codiciosos y francamente estúpidos tienen
poco que envidiar al sistema feudal con sus nobles
y reyes, sus vasallos y esclavos y sus instituciones
perversas esforzadas en justificar lo inaceptable
por la gloria de dios, a mayor brillo de una historia
que no puede nunca servir para justificar que lo
injustificable perdure, instituciones basadas en la
aceptación resignada y silenciosa o la violencia de
estado. La pregunta que sobrevuela las páginas de
este ensayo conduce al tema central de mi concep-
ción de la angustia: la organización institucionali-
zada de la vida en sociedad. De manera más simpli-
ficada, el papel de las instituciones en la vida del ser
humano. Y, aún más sencillo, el ser humano como
suma de instituciones.


Es este un ensayo de auto-conocimiento. Supongo
que decir que todo escritor escribe, por encima de
todo, para sí mismo podría resultar arrogante. Por
eso no lo diré. Pero el escritor que hay en mí sí que
lo hace. Hay dos excepciones a la regla. La prime-
ra se refiere a aquellos encargos con los que no he
sido capaz de identificarme, aquellos textos conce-
bidos a petición de otras personas y de cuyo carác-
ter de encargos no he sido capaz de distanciarme
y, al fracasar en el intento, los he echado al mundo
como engendros bastardos, indeseados y ajenos a
mí. La segunda excepción, que no lo es tanto, es la
de aquellos textos cuyo origen es el amor. No es ex-
cepción porque no creo equivocarme si digo que el
amor es una fuerza mayor que los que, afortunados,
lo experimentamos y, desde esa absoluta superiori-
dad, llena sin el menor esfuerzo cada rincón de su
alma. De modo que se podría decir que esta segun-
da excepción habla del raro milagro de la creación
de algo tan grande como la energía que lo concibe,
infinitamente mayor y más elevado que cualquier
cosa que el minúsculo escritor pudiera soñar con
crear.


En todo caso, un buen día me topo con la evidencia
de que este ensayo ha ocupado el trono destinado al
más terapéutico de mis textos. Me resulta tan sen-
cillo argumentar como sanador dedicar tiempo a
su redacción. El tiempo dedicado a este ensayo es
tiempo de terapia, de cura y cuidado por ese autoco-
nocimiento que mencionaba más arriba. Así llego, a
lo largo de la última semana del mes de agosto de
2021, a la necesidad de comprender cómo me han
afectado a lo largo de mi vida, y aún me afectan, las


características propias de las instituciones que enmar-
can cada minuto de mi vida en una sociedad con la que
siempre me ha costado cierto esfuerzo identificarme.

En el momento en que comencé a escribir sobre insti-
tuciones, aquel Fulanito, F, con el que me hice negro so-
bre blanco en este ensayo, se mostró como intersección
de un número creciente de instituciones. Familia, igle-
sia, barrio, escuela, ciudad, comunidad autónoma, país,
Unión, la europea y uniones varias, de corte civil, econó-
mico, militar, etcétera. Esta idea de que somos miembros,
a menudo inopinados o inconscientes, no por ello menos
responsables, de las estructuras y súper-estructuras
causantes de todo lo bueno, lo malo y lo regular que su-
cede a nuestros congéneres está en el mismo corazón de
este ensayo. La misma idea que se puede encontrar en las
campanas mudas para oídos sordos de Donne y, entien-
do, en la raíz de muchas de las enfermedades de la mente
y el espíritu que encontramos, manos cada días más lle-
nas, en los habitantes del muy incívico mundo civilizado.
Por eso recibo la dedicación diaria a la creación de este
ensayo como una actividad altamente terapéutica, por-
que en el conocimiento está el comienzo de la mejoría,
en la consciencia seguida, sin prisa pero sin pausa, de la
comprensión, la aceptación y la voluntad de mejora. Me
sé parte de un mundo enfermo, un mundo salpicado de
dolencias degenerativas, enfermedades auto-inmunes,
cada día un poco menos raras, aunque no tengan mu-
cho de normales, que el día anterior. Sé que soy parte de
ese mundo y consigo identificar en ese malestar global
buena parte de los males, mente y espíritu, que más que
contemplar en los demás denuncio en mí mismo. Pongo
el acento en el funcionamiento institucional del plane-
ta, en las mil y una maldades y perversiones que siem-
pre terminan por cronificar el sufrimiento del más débil.
Cualquiera de nosotros podría pasar a formar parte, de
la noche a la mañana, del numerosísimo colectivo de los
olvidados, los condenados y los que reciben la misma
atención que las campanas a las que me refiero de mane-
ra recurrente en este ensayo. Cualquiera. Pero, tampoco
me engaño, la mayoría de nosotros vivimos cobijados en
la creencia de que tampoco estamos tan mal y que, para
llegar al infierno en que vive una porción considerable de
la humanidad, tendrían que venir mal, pero que muy mal
y muy poco probablemente, dadas.
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