sobre el Gállego. Con una vida de lucha a sus
espaldas, hablaba Lola Giménez, una de las porta-
voces de la coordinadora ciudadana. Este paisaje
aragonés permanece, al menos de momento. Pero
en movimiento, porque el agua corre y sigue mode-
lando el panorama, el clima, la flora y la fauna.
El agua es río, también mar, lago, regato, ria-
chuelo, charco, océano, glaciar, lluvia y nieve,
energía, agricultura y diversión; hay agua en cada
gota de vida y en cada trago de sed, hay agua en
las cumbres y en el subsuelo, en las nubes ame-
nazantes y en los cirros, en la ropa que vestimos y
en la basura que descartamos. El agua determina
cada paisaje, por presencia, ausencia, abundancia
o añoranza. La hechura de los territorios se pinta
con trazos azules. El agua surca lo que somos.
«El cristalino río, coronado
de blancas, rojas y purpúreas flores,
impetuoso corre resonando
y sustentando al prado sus colores;
con su cristal a trechos derramado,
un estrellado cielo está formando...».
Así describía Francisco de la Torre en 1631
el Tajo. Resonando. Cristalino. Encajonado por
inmensos embalses, extenuado por un trasvase
y convertido en la cloaca de la capital, ese Tajo
ya no existe, el Tajo hoy es otro Tajo. Lo que fue
un río salvaje y bronco Ramón J. Soria lo des-
cribe actualmente, en España no es país para ríos,
como sucio y contaminado, lleno «de quién sabe
cuántos pesticidas, abonos, venenos y basuras
urbanas». Aquel río era uno en el siglo xvii; este
río ni se le parece en el xxi.
La depreda-acción humana ha puesto los ríos
al servicio de su avaricia, ha estrujado cauda-
les para crear eso que llaman desarrollo y que
demasiadas veces es sinónimo de destrozo. Ese
avance ha acondicionado el territorio, desorde-
nando al mismo tiempo los equilibrios biológicos.
La agricultura intensiva que define a gran parte
de Murcia ahoga al Mar Menor, los pozos ilegales
asfixian Doñana, las Tablas de Daimiel se conju-
gan en pasado, el Delta del Ebro retrocede y los
peces que aún resisten por las venas ibéricas ya
son otros.
«El tiempo nuevo se impone sobre el tiempo
viejo, lo sofoca, lo pisa y sigue», escribió Ana
María Matute en El río, donde recordaba el viejo
pueblo de Mansilla, allí donde habitaba su infan-
cia, y el nuevo reconstruido como solución a la
inundación.
«Casi ningún habitante de Mansilla vio el mar. (...)
Ahora, algo parecido al mar llegó hasta ellos. Es
Muchas veces la
palabra avance,
asociada al relato de
la construcción de
infraestructuras, ha
servido para destruir la
continuidad y armonía
del territorio.
Puente de Santa Eulalia sobre el río Gállego.
Foto: Desplazados
Soberanía Alimentaria, Biodiversidad y culturas #
14