Interior n47 issuu

(revistasoberaniaalimentariayRiHoK) #1

Joaquín Araújo


T


engo a gala y como costumbre ir con frecuen-
cia a los manantiales que vivifican mi hogar,
que es un bosque serrano en la no vaciada sino
saqueada Extremadura. Nacen esas aguas a medio
kilómetro de mi casería. La cuesta que debo subir
supone esfuerzo y más volver con 15/20 kg a mis
espaldas. Todo ello cuando la que sale de los grifos
resulta perfectamente potable. Con todo, con-
sidero esta costumbre un privilegio y un placer,
pues así consigo acercarme casi todos los días a
llenar varios recipientes con lo que soy. Porque,
como todos vosotros, soy agua que piensa y miro
con dos grandes gotas de agua. Sin olvidar, por
supuesto, el hecho de que así también me aseguro
de beber purísimo líquido cosechado en el mismo
instante en que era alumbrado.
Me asiste, pues, lo que asiste a todos los demás
sin que sea mayoritaria la apreciación y corres-
pondencia que el líquido de la Vivacidad y noso-
tros mismos nos merecemos. Entre otros muchos
motivos, porque comemos, bebemos y, en gran
medida, también respiramos por la confluencia
del Agua con todo lo real y vivo. Es más, me llena
de sentido un pequeño rito: suelo tumbarme en
toda orilla no contaminada para beber sin grifos,
caños o vasos. Es decir, siempre que me resulta
posible, bebo besando. Me parece lo mínimo como
expresión de gratitud hacia quien lo hace casi
todo en este mundo, a uno mismo incluido. Pero
a lo que más tiempo dedico, a veces más de una
hora, es a contemplar cómo brota lo ácueo de las
entrañas de la tierra y cómo chisporrotea la luz en
su primer asomo al mundo que va a fecundar. A
veces creo sentir ese gozo del Agua niña jugando
con luminosas filigranas.
Asistir a las bodas de luces y aguas equivale
a incluirte en uno de los instantes más cruciales
de cuantos brotan por todas partes en la Natura
todavía no destruida del todo.
Cuando contemplo cualquiera de las formas
que el Agua tiene de manar, a menudo consigo
abandonarme, perder mi identidad, e incluso
fluir con lo que fluye. Te diluyes en tu propio

nacimiento y, no menos, en el principio de todas
las vidas terrestres. Aproximaciones tan solo a la
tan perdida por tantos fascinación por la Natura. 
Es algo que surge tan espontáneamente como
el mismo caudal que aflora y se alumbra para
alumbrarlo todo. Dejar que el agua se beba mis
ojos al mismo tiempo que mi atención y mis
emociones se convierten en otro manantial,
este de asombro, respeto y —creo— también de
comprensión. 
A veces, también me brota por dentro el sinsa-
bor, sobre todo cuando recuerdo el dolor que pro-
voca el permanente insulto a todos los seres vivos
que se deriva de llamar y considerar al Agua solo
como un recurso y, por tanto, una mercancía. En
consecuencia, algo que se puede derrochar, man-
char, herir y hasta matar. Recordemos al respecto
que solo matan las aguas previamente asesinadas. 
Crímenes cada día más generalizados a borde
de extremas escaseces y diluvios delirantes.
Consecuencias inequívocas de lo que llamamos
catástrofe climática. Derrota que solo es posible
por haber convertido en desiertos el lago de las
ideas. Una vez más conviene recordar que el cere-
bro es un charco, es decir, Agua en algo más que el
90 %. Insisto: la peor de las sequías es la falta de
ideas, de respeto, de conocimientos, comprensión
y, sobre todo, de identificación. 
¡Triste y muy peligroso que tantos no sepan lo
que son!
Es lo que he pretendido resaltar con las dos
frases que aparecen destacadas al principio. 
Apreciar los tesoros regalados debería ser, pues,
la primera tarea para cualquiera de las formas de
usar lo esencial. No solo el agua sino también los
aires, la tierra, la energía, sin olvidar la dignidad o
la libertad.
Menciono estas dos últimas condiciones que
lo humano debería asegurar porque conviene no
separar lo que te permite ser de lo que deberías
tener y defender.  
La sequía y, paradójicamente, las inundacio-
nes, en consecuencia, seguirán haciendo estragos

Nacer con las nacientes


AMASANDO LA REALIDAD


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