—Mor... gan. —Los ojos lagrimosos de Samuel denotaban terror y
asombro. Lo veía comportarse de una manera completamente distinta—. Yo
estoy... bien.
—Qué bueno —expresó secamente y con la mirada vacía.
Morgan comenzó a caminar en dirección a Cleman, quien se
encontraba en un pésimo estado; tenía varios huesos fracturados y la parte
posterior de su cabeza había impactado contra la pared, dejándola
manchada con su sangre. Al llegar, Morgan empezó a hablarle.
—Te he dicho que dejaras a Sam fuera de esto, pero no me hiciste
caso.
Cleman estaba semi inconsciente, veía la silueta oscura de Morgan,
con la tenue luz del sol alumbrándolo detrás. El detective se sentó como
pudo, apoyando su espalda contra la pared. Sentía que poco a poco iba
perdiendo el conocimiento. En su rostro se dibujó una sonrisa, y su visión
del tiempo comenzó a ralentizarse. Él, con mucha dificultad y temblor,
metió una mano en el bolsillo de su camisa y sacó la pequeña fotografía, en
ella pudo contemplar a Amelia y a Sara.
—Conque... así... será —dijo torpemente mientras sonreía tosiendo
sangre.
Sus ojos se empañaron mientras observaba con nostalgia a los seres
que más había amado. Este presionó con ambas manos la fotografía contra
su pecho y comenzó a llorar. De su boca salía cada vez más sangre,
entonces Intentó articular algunas palabras con las pocas fuerzas que le
quedaban.
—Supongo que no importa... la forma... porque al fin... estaré... con
ustedes... mis amores. Amelia, ya voy... junto a ti... espérame. Y tú... mi
pequeña Sara... papi irá a jugar contigo... en el cielo... para siempre.
Al terminar de decir eso, sus brazos cayeron rendidos, y junto con
ellos cayó también la foto que contenía a sus tesoros más preciados. El
detective Robert Cleman cerró al fin sus ojos cansados y ojerosos.