envuelto en esa bolsa y lo metían en un vehículo. Samuel se arrodilló en el
charco de sangre, luego, palpando el líquido viscoso con sus manos, gritó
desconsoladamente al cielo.
—¡Urieeeel! ¡Urieeeeeeeeeel!
Su cabello comenzó a mancharse con la sangre del niño. Debido a la
impotencia que sentía, este intentó desesperadamente arrancarse cada pelo
de la cabeza. Los oficiales tuvieron que intervenir para calmarlo.
Transcurrió el tiempo. Su madre no lo perdonó, y su padre dejó de
hablarle. La relación entre ambos progenitores fue insostenible; por lo que
posteriormente se divorciaron y abandonaron al chico a su suerte. Incluso
dejaron de hablarle aquellos que decían ser sus amigos más íntimos.
Samuel quedó completamente destrozado, tanto que terminó
refugiándose en un mundo ficticio; un mundo en el que Uriel jamás existió.
Intentó ir un par de veces al cementerio para visitarlo, pero cada vez que lo
hacía, solamente recordaba lo cruel que había sido con él, y lo mal hermano
que fue.
Cuando alguien le preguntaba sobre su familia, él decía casi siempre
lo mismo; que era hijo único y que sus padres se divorciaron. A veces
cambiaba la versión, diciendo que ellos formaron otras familias y tuvieron
otros hijos, a los cuales supuestamente él no conocía, pero jamás
mencionaba a Uriel. Decidió no hacerlo nunca más. Mintió tantas veces
contando esas historias, hasta el punto de que él mismo se las creyó. Sin
embargo, muy en el fondo, sabía que mintiéndose a sí mismo no podría
escapar de la realidad.
Su abuela fue la única persona que no lo abandonó. Samuel decidió
vivir en Paronia para seguir sus estudios en la Universidad Doctan, donde
fue becado por sus elevados conocimientos en el ámbito tecnológico.
—Oye... Sam... —Morgan seguía insistiendo—. ¡Sam!
—¿Eh? —El chico volvió en sí —¿Q-Qué sucede?
—¿No me escuchaste? Te estaba hablando, pero tenías la mirada en
las nubes.
—¡Ah!... Lo siento —respondió secamente.