Detrás de ellos se encontraban dos policías que habían estado
patrullando esa zona a bordo de una motocicleta. A los oficiales les pareció
sospechoso ver a unos civiles bajar de un vehículo policial. Por esa razón
unos minutos antes estacionaron la moto a unas cuadras, y fueron
sigilosamente detrás de Samuel y Morgan.
Los agentes querían ver qué tramaban esos dos. Después de
interceptarlos, les apuntaron con sus pistolas de rayos plasma. De repente
escucharon por sus radios que había dos sospechosos sueltos, y las
descripciones coincidían con la de los chicos. Al oír eso, uno de los policías
vociferó.
—¡Bájense ahora mismo del portón!... ¡Ahora!
—¡A su orden, oficial! ¡Pero por favor! ¡Les rogamos que no nos
disparen! —exclamó Samuel mientras descendían del portón.
El chico estaba aterrado y con el corazón latiéndole muy rápido.
—¡Silencio! ¡Las manos en donde las pueda ver! —gritó el otro
policía.
Morgan se veía igual de asustado; tenía una expresión desesperada
al saber que no había escapatoria. Además de eso, le aterraba la posibilidad
de que dispararan a Sam. El primer policía continuó hablando.
—¡Levanten las manos y giren lentamente mirando hacia nosotros!
Ellos obedecieron y giraron despacio con sus miradas al suelo, lo
que impedía una visión clara de sus rostros.
—¡Quítense las capuchas de la cabeza! ¡Rápido! —decía el policía
para confirmar que eran los sospechosos.
—Los chicos finalmente exhibieron sus caras. Al verlos, los agentes
se miraron el uno al otro y asintieron confiados.
—¡Vaya, vaya, vaya!... —dijo uno, sonriendo. Luego añadió—:
¡Pero si es el joven de cabello gris!... ¡Hoy es mi día de suerte!
—Tú serías perfecto para la cárcel de esta isla. —Ambos policías
sonrieron con malicia—. Justamente mi niño está por cumplir dos años, así
que necesitará una dosis... Por cierto, hoy hace mucho calor.
—¿Q-Qué? —preguntó Morgan, con la misma cara de confusión
que Samuel.