EUMARIA

(AV) #1

Un hombre corpulento de cabello castaño comandaba a su tropa con
mucha determinación. Este era el comandante Fross, quien galopaba al lado
de sus ya cansados soldados. Estos se hallaban hastiados no solamente por
las heridas de guerra, sino también por esas ronchas insoportables. Por eso
ellos deseaban, más que nadie, terminar de una vez por todas con el
conflicto.


—¡A 500 metros está la última escuadra de los pigmentados!... —El
comandante apuntaba con vehemencia su espada en dirección a un pequeño
pelotón de soldados enemigos—. ¡Preparen ballestas!... ¡Apunten!...
¡Disparen!


Una ráfaga de flechas con sus puntas envueltas en fuego, cayó desde
el cielo sobre los cincuenta soldados pigmentados que perecieron de
inmediato. Esa última batalla, junto con la retirada de los colosos, puso fin a
la terrible guerra que había durado cinco largos años.


Estaban atravesando Pligia, la última ciudad que faltaba por invadir.
Las demás regiones norteñas, incluida esa, quedaron casi completamente en
ruinas. En varias ciudades tenían prisioneros y prisioneras de guerra;
mujeres y niños pigmentados en estado de desnutrición. Había personas sin
algunas de sus extremidades; como niños sin piernas o mujeres sin brazos.
Otros estaban ilesos, pero deambulaban con la sangre de sus familiares
sobre sus ropas andrajosas.


El comandante Fross ordenó llamar al emperador, pues quería
informarle personalmente que la última región había sido tomada. Julius
Raxán llegó dos días después. Este era un hombre robusto de cabello negro
y ojos marrones. Él iba acompañado por algunos de sus súbditos y soldados
personales. La expresión en su rostro fue cambiando a medida que
avanzaba por esas regiones; veía horrorizado las terribles secuelas que
había dejado esa injusta guerra. Unos meses antes de que él ascendiera al
poder, el conflicto bélico ya se encontraba en su fase final. Desde el
principio él se opuso a esa absurda contienda, pero no podía cuestionar las
decisiones de su padre, quien murió por inanición a causa de la hambruna.


—Esto no debió pasar —decía Julius a sus soldados mientras
cabalgaban entre cuerpos inertes quemados y ensangrentados esparcidos
por el camino. El emperador añadió—: Tendremos una gran carga de
conciencia sobre nuestros hombros.

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