Morgan miraba confundido sus manos, que se hicieron mucho más
pequeñas, y con las cuales sujetaba el mango de un hacha. Él se encontraba
parado frente a un gran pedazo de tronco que reposaba enraizado al césped,
y que estaba cortado horizontalmente para ser utilizado como base. El chico
alzó la vista, y detrás del tronco se hallaba un hombre que tenía el cabello
gris al igual que él.
El sujeto se veía feliz y sonriente, con el rostro expresando mucha
calidez. Encima de la base había un tronco más pequeño colocado de forma
vertical dividido por la hoja del hacha. El lugar en el que se encontraban era
un pequeño espacio natural rodeado de todo tipo de árboles. Dentro del
terreno, que era de unos cien metros cuadrados, había una pequeña cabaña
en la que se veía humo saliendo de su chimenea.
—¡Vamos, hijo! ¡Solo faltan dos más!
El hombre se colocó detrás de él y reposó las manos sobre sus
hombros.
—Mañana entregaremos estos cincuenta trozos a primera hora. Los
llevaremos a un pequeño pueblo que se encuentra a veinte minutos de aquí.
¡Luego de eso podremos ir a pescar! ¿¡Qué dices!?
“Hijo”... él me llamó... “hijo”.
Morgan al fin entendió por qué no podía controlar su cuerpo. La
razón era que simplemente se trataban de recuerdos; cosas que ya
ocurrieron y que no se podían cambiar. Su consciencia estaba reviviendo un
momento de cuando tenía trece años. De repente se escuchó una voz a lo
lejos.
—¡Chicos! ¡La cena está lista!... —Era una mujer hermosa de
cabello gris, y a su lado estaba una niña sonriente que hacía gestos con las
manos para que fuesen junto a ellas—. Límpiense antes de entrar a casa, ¡si
no lo hacen... no comerán la tarta de manzana que preparé!
—¡Está bien, amor! ¡Ya vamos! —gritó el hombre.
Este sujeto... es mi verdadero padre, y esa mujer... debe ser mi
madre, y... aquella niña...
—¡Vamos hijo, debemos apresurarnos!... Tu madre y tu hermana
nos esperan para la cena. ¡Tú puedes! —expresó el sujeto animándolo.
—¡Papi! ¡Apúrense! —gritó la niña.