—¡Ya voy mi pequeña Cloe! ¡Solo espera a que tu hermano termine
con esto!
Morgan tenía ganas de llorar, pero sus lágrimas no salían.
Conque esta... es mi verdadera... familia.
Él estaba feliz y triste a la vez; feliz por lo bien que parecían
llevarse entre ellos, pero triste por haberlos olvidado. Tomó el hacha con
sus pequeñas manos y apoyó la hoja afilada encima del tronco vertical.
Levantó el mango, y mientras veía cómo la punta del hacha impactaba
contra el trozo de madera, el paisaje a su alrededor cambió nuevamente tras
el golpe.
Esa vez era de día. Las nubes en el cielo tapaban el sol que brillaba
levemente. Él miraba al frente y caminaba por un sendero anaranjado cuyas
hojas otoñales lo cubrían por completo. Había cercados blancos de madera
a ambos lados del camino, y detrás de estos se extendían verdes praderas.
A la izquierda pastaban tranquilas algunas vacas y caballos, y a la
derecha se veía desde lo lejos a un rebaño de ovejas guiadas por un pastor.
Morgan seguía caminando bajo la sombra de esos árboles teñidos de colores
naranja y marrón. Él sentía paz mientras escuchaba a las pequeñas aves
cantar. Cada cierto tiempo, la brisa acariciaba su mejilla y el viento formaba
remolinos pequeños en las hojas del camino.