desesperadamente, y cuando estuvo a punto de desmayarse, se escuchó un
grito desde atrás.
—¡Suéltala! —Samuel le apuntaba con la pistola que había caído al
suelo unos segundos antes—. ¡FARAC! ¡Suéltala o dispararé!
Morgan inclinó la cabeza y miró a Sam por el rabillo del ojo
mientras seguía sujetando a la chica.
—Aunque dispares esa cosa, no me matarás.
Después de decir eso finalmente decidió soltarla, dejándola caer al
suelo. Una vez liberada, Esmeralda llevó las manos a su cuello y comenzó a
toser desesperadamente, palpando con sus dedos las marcas enrojecidas que
se le habían formado. Mientras ella seguía en el piso luchando por recuperar
el aliento, Morgan volteó y caminó en dirección a Sam. El chico de lentes
continuaba apuntándolo con el arma, pero las manos y las piernas no
dejaban de temblarle por el miedo.
—Dispara —ordenó él.
—¿Q-Qué? —preguntó Samuel confundido.
—Sé que no lo harás, por dos razones... —Morgan agarró el cañón
de la pistola y lo colocó en su propia frente. Luego apoyó la otra mano
sobre el hombro de Sam—. La primera es que no tienes agallas; y la
segunda razón... es porque soy tu amigo.
—¿Mor... gan? ¿En verdad... eres tú? —dijo Samuel con los ojos
aguados.
—Sí, soy yo. —Él dibujó una sonrisa—. ¡Ah! En realidad, hay una
tercera razón.
—¿Cu... Cuál es? —preguntó Sam un poco intrigado.
—Eres humano, Samuel. Eres más humano que cualquiera de
nosotros, por eso sé que no serías capaz de dañar a nadie.
Sam soltó lentamente el arma al escuchar eso. Él tenía las piernas
tan débiles que no logró aguantar y cayó rendido al suelo. Desde ahí pudo
ver a Esmeralda, quien poco a poco se incorporaba. Morgan volteó
nuevamente y caminó hacia ella. Una vez que la tuvo en frente, le extendió
la mano con una sonrisa amistosa.
—Lo de ahora fue por lo que me hiciste en la sala de operaciones,
así que... ¿Estamos a mano?