—¡Más vale que hables maldita rata traidora! ¡¿Por qué robabas
nuestra comida!? ¡¿A quiénes mantenías?!
Calius seguía sin decir nada. Comenzó a salir sangre de sus labios.
Un soldado se acercó a uno de los vagones, y luego de ver en su interior,
informó.
—¡General! ¡Oiga esto! ¡Aquí, además de comida, también hay ropa
para infantes!... ¡Incluso encontré jabón y juguetes!
Al escuchar eso, el jefe militar lo miró con furia y lo pateó en el
abdomen. Calius empezó a toser sangre.
—¡¿Para qué carajos juntabas todo esto!? ¡Habla, maldito hijo de
puta!
—Par... —Él siguió tosiendo sangre e incluso escupió uno de sus
dientes—. Para repartir... a los diferentes sectores de nuestra milicia.
—¡Mentira! —exclamó el general, pateándolo en la cabeza.
Después de eso, ordenó—: ¡Traigan el poste! ¡Este hombre recibirá el
mismo castigo que esos pigmentados sangresucia!
Los niños escucharon el alboroto desde el interior. Loria, ya con
trece años, pidió a los demás que permanecieran en el fondo. Les ordenó
que guardaran silencio, avisándoles que iría a investigar para ver qué
ocurría.
—¡Yo iré contigo! —dijo Baliat firmemente.
—¡No lo harás! Solo tienes diez años... —Loria sonaba muy seria
—. Te quedarás aquí y cuidarás de los demás.
—¡No! ¡Tú no me detendrás! —insistió él.
Ella lo miró, y al ver que Baliat estaba muy decidido, simplemente
asintió y aceptó que la acompañase. Se colocaron detrás de los arbustos, y a
través de un pequeño orificio, vieron lo que pasaba en el exterior. Los dos
quedaron estupefactos. Especialmente Baliat, quien no podía creer lo que
estaba observando; ambos veían a Calius colgado en un poste con las
manos clavadas. Unos hombres con túnicas, y tres soldados más, sostenían
rocas en sus manos.
Habían despojado al padre de sus prendas; dejándolo solamente con
su ropa interior. Su rostro se veía demacrado al igual que el resto de su