por el piso. Al presenciar eso, la gobernante Celia gritó despavorida.
—¿¡Q-Qué fue lo que hizo, señor Ernest!? —preguntó ella entre
sollozos.
El magnate tomó el pañuelo y comenzó a limpiar las gotas de sangre
que tenía en la mano. Luego, desajustando su corbata, metió sus dedos bajo
la máscara.
—Yo ahora hice... —El hombre se quitó el aparato inyectado al
cuello—. Lo que debí haber hecho hace mucho tiempo.
Los pilares oyeron con sorpresa una voz muy diferente a la de
Ernest. En ese momento, quitándose la máscara y la peluca, Caluti
finalmente reveló su verdadera identidad.
—¿¡Qui... Quién es usted!? —gritó uno de los pilares con mucho
miedo.
Caluti solo se limitó a sonreír mientras sacaba un arma de fuego de
su otro bolsillo. Al ver eso, todos se echaron para atrás y se cubrieron,
mientras que otro grito de terror escapaba de los labios de la gobernante.
Los pilares intentaban hacer llamadas de auxilio, pero sus dispositivos
móviles quedaron inhabilitados.
Él sostenía ambas pistolas con elegancia.
—Yo soy el hombre que acabará con la injusticia de esta nación, soy
el verdugo de los pigmentados que murieron masacrados de forma injusta
hace doscientos años, cuyos restos yacen ocultos en los helados montes de
Pligia. ¡Sí! ¡En esas montañas todavía se hallan los huesos de los inocentes
que imploran justicia desde el fondo de una cueva!
Los gobernantes se sorprendieron de que ese extraño hombre, ajeno
al linaje Raxán, conociera la verdadera historia. Entonces se presentó.
—Yo soy Arturo Caluti. Soy el sol radiante que convertirá a esta isla
en un infierno.
Inmediatamente después de confesar eso, el magnate comenzó a
disparar indiscriminadamente a casi todos. Algunos intentaron correr, pero
el verdugo tenía tan buena puntería, que disparó en la cabeza a la mayoría.
A otros, en cambio, las balas les llegaron en sus pechos, cuellos y espaldas.
Después de unos segundos de agonía, todos los heridos inevitablemente