Ellas estaban a punto de llorar y sus piernas les temblaban.
Esmeralda las observaba e inclinaba la cabeza denotando cierta confusión.
—¿De qué manera las lastimo?
—¡Tus juegos son violentos y nos hacen daño! —gritó la primera
niña.
La de al lado exclamó: ¡nadie quiere estar contigo porque eres
rara!... ¡Nos haces aguantar la respiración bajo el agua!
—¡Y nos pones bichos en nuestros cabellos! —dijo su otra
compañera.
Ella las seguía observando sin denotar ninguna emoción; su mirada
era vacía y no se reía.
—¡También nos pinchas si te mentimos! ¡Tuve que engañar a mis
padres por los moretones de mi cuerpo! —gritó una de ellas mientras
lloraba.
—Los padres son un estorbo —expresó Esmeralda acercándose a las
dos.
Esta se colocó en medio de ambas, luego las tomó de sus hombros a
cada una, y susurró: tu padre es un hombre infiel, engaña a tu madre con
una mujer de su trabajo.
Al oír eso, una de las niñas abrió mucho más los ojos, y sus lágrimas
no paraban de salir.
—Y tu madre... ¡Tu madre es la amante! —susurró finalmente a la
otra niña.
—¡Mientes! —gritó una.
—¡Solo dices mentiras! —exclamó la otra.
Esmeralda se empezó a reír de ellas.
—¿No me creen? ¡Comprueben ustedes mismas!... Hoy, a la hora de
salida, vean a sus padres y miren cómo se comportan cuando están juntos.
—¡No lo haremos! —gritaron las dos al unísono y se alejaron de
ella.
Esmeralda las observaba correr y se despedía haciendo gestos con
las manos. Esa misma semana sus dos compañeras se mudaron de escuela y