MENTES BRILLANTES
Los únicos normales que tuvieron el privilegio de no ser exiliados,
asesinados o esclavizados, fueron aquellas personas intelectuales que se
vieron obligadas a impartir su conocimiento en las distintas áreas
científicas. Su función principal era la de capacitar a los pigmentados.
Se los llamaba mentes brillantes, y aunque pareciera un adjetivo
bastante agradable, lo cierto era que lo hacían con una connotación
despectiva. La población les decía brillantes, no solamente por el hecho de
tener amplios conocimientos académicos, sino debido a una cuestión más
literal. A esa gente se les rapó completamente el cabello y se les roció un
líquido especial, el cual hacía que sus cabezas brillaran de forma leve al
reflejar cualquier tipo de luz.
Para esos hombres y mujeres, no fue suficiente el hecho de haber
perdido la guerra, sino que también tenían que soportar ese tipo de afrenta y
de humillación. Sin embargo, para ellos era mejor vivir así, que ser
asesinados u obligados a trabajar en esas insalubres minas.
Pese a la vergüenza que supuso su calvicie, no todos los
pigmentados los trataban mal, sino que hubo una minoría de gente que
simplemente no veía razas, géneros o gentilicios, pues lo único que veían
eran a seres humanos semejantes a ellos.
VISITANTES
—Señor, los arquitectos están esperando en la recepción del primer
piso —dijo un joven mientras apoyaba el dedo en el transmisor de su oído.
El chico era pelirrojo y delgado. Tenía un traje negro y unos lentes
transparentes. Era un pigmentado de cabello rojo, este parecía muy amable
y tímido. Caluti lo había contratado como su secretario luego de verificar su
promedio académico. Ambos se hallaban en su oficina del último piso.
—¿Los hago pasar? —preguntó con timidez.