Frente a él se encontraba el magnate, sentado en una silla de ruedas
delante de su escritorio. Encima del mueble marrón, había un portarretratos
con la foto de Suria y de Kevin en su interior. El viejo sostenía una taza de
té que vibraba en su mano, mientras contemplaba la ostentosa ciudad de
Gani, la cual se extendía detrás de su enorme ventana polarizada.
El salón era de color marrón oscuro y poseía una alfombra blanca
que cubría toda la habitación. Además contaba con varios estantes de libros
en las paredes de los costados.
En la pared trasera se ubicaba la puerta principal al lado de una
pantalla táctil, cuya función era visualizar las imágenes del circuito cerrado.
Sin embargo, la pantalla no estaba encendida porque Caluti había ordenado
apagarla, pues, según él, observar a tantas personas a través de las cámaras,
le producía estrés y paranoia.
El magnate simplemente se conformaba con contemplar el paisaje
de la hermosa y reluciente ciudad, cuyos edificios y vehículos reflejaban el
brillante sol que se alzaba sobre Gani.
Caluti acercó la taza a su boca con mucha dificultad y con la mano
temblorosa, dando lentamente un pequeño sorbo. El viejo tenía más de
sesenta años para esa fecha, y le costaba moverse como antes lo hacía, pues
para su mala suerte, unos meses atrás había adquirido una enfermedad
degenerativa que le producía temblores en ciertas partes del cuerpo.
Él apenas podía levantar los brazos, y la piel de su rostro se había
caído parcialmente debido a un derrame facial.
—Hazlos... pasar —respondió Caluti tosiendo con la voz raspada.
—De acuerdo, señor.
El secretario se rascó la nuca, viéndose bastante indeciso. Sin
embargo, después de titubear unos segundos, se animó a hablar a su jefe.
—Señor Cataldi... —El chico juntó tímidamente sus manos—. Yo...
tengo una petición que hacerle.
—¿Sí? ¿Cuál? —preguntó Caluti tosiendo y dándole otro sorbo a su
té.
—Como sabe, he trabajado arduamente para usted durante los
últimos dos años, y gracias a su generosidad y amabilidad, he tenido la