Su rostro palideció al observar una gran cantidad de cadáveres
tirados en distintas zonas del edificio. Había muertos en la recepción y en
los ascensores. Incluso los pasillos estaban repletos de cuerpos pigmentados
completamente ensangrentados y cercenados.
—¡¡¿Qu... Qué ha sucedido?!! —preguntó el secretario muy
asustado.
Tanto la pantalla como la luz de la habitación, se volvieron a apagar
por unos segundos. Al escuchar a su asistente tan sobresaltado, Caluti
simplemente se limitó a dejar el té encima del escritorio. Después de hacer
eso, tomando la foto de Suria y Kevin, procedió a mirar sus rostros con
nostalgia.
—Supongo... que deben ser ellos —dijo suspirando.
—¿¡Ellos!?... ¡¿A quiénes se refiere!?
En ese instante alguien tocó la puerta. El secretario, temblando y
con mucho miedo, caminó hacia la entrada y observó por la mirilla, pero no
vio a nadie del otro lado, así que se alejó lentamente, sin embargo, volvió a
escuchar unos golpes.
—¿Q-Quién es? —preguntó intrigado, pero nadie respondió.
El chico decidió correr y agarrar una pistola de plasma que estaba
guardada en el otro cajón. Él jamás había tocado un arma de esas, pero, a
pesar de su inexperiencia decidió volver nuevamente hacia la entrada. Aun
temblando de pavor, se animó a agarrar la manija. Después de un profundo
suspiro, abrió la puerta con vehemencia, apuntando torpemente el arma
hacia el frente.
Él no observó nada más que la pared del pasillo. Caminó hacia
adelante, todavía temblando de miedo y de confusión, pero al asomar la
cabeza para ver en los costados, recibió una puñalada en la garganta sin
tener tiempo a reaccionar.
El secretario llevó ambas manos a su cuello con desesperación. Este
agonizaba en el suelo intentando respirar, completamente manchado de
sangre. Desde allí divisó borrosamente a dos siluetas ingresando en la
oficina.