—¿Puedo ver a Esmeralda? Estoy interesado en adoptarla.
—Señor ¿Está seguro? La niña es muy difícil de tratar.
—Estoy muy seguro. Lléveme con ella por favor.
El director guio a Caluti hasta la habitación. Cuando entraron, la
vieron colocar la cabeza de una muñeca decapitada por el mango de una
escoba. El aire acondicionado del pequeño cuarto estaba averiado, pero ella
ni se inmutaba por el calor.
Esmeralda volteó.
—¿Ya tendré un papi nuevo?
—Solo si tú quieres —dijo el director. Luego, extendiendo el brazo,
añadió—: Este hombre es el señor Arturo Caluti, quiere conocerte.
El magnate sacó de su bolsillo un pañuelo celeste para secarse el
sudor de la frente. Parecía bastante sorprendido al ver que la niña soportaba
esa temperatura.
—¿Eres un pedófilo? —preguntó Esmeralda con el rostro serio. Sus
ojos verdes miraban intensamente a Caluti.
—No. No soy esa clase de persona —respondió él con una amable
sonrisa.
—Lo sé, los pedófilos tienen... una mirada distinta —dijo ella
tirando la cabeza de la muñeca al suelo. El director tragó saliva al ver eso.
La niña, agregó—: Aunque supongo que ya sabes cómo terminarías si
fueras un pedófilo.
—No. No lo sé... ¿Qué me sucederá? —preguntó Caluti.
—Nuestro papi, el dios Raxán, se enojará contigo.
Caluti dibujó una sonrisa. Se acercó a ella, se arrodilló y frotó su
cabello, diciendo: sí, campeona, nuestro salvador, el Santo Raxán, nos mira
desde el cielo. Él se enoja y castiga a los que se portan mal.
Esmeralda extendió su mano y la reposó sobre el rostro de Caluti.
Ella lo miró a los ojos, y dándole pequeñas caricias, expresó: dime... ¿los
extrañas?
Él la miró, sorprendido.
—¿A quiénes?
—A tu hijo y a tu novia, los extrañas... ¿verdad?