La cargó en sus brazos y salió apresurado de su habitación,
corriendo por los pasillos y pidiendo ayuda. Él empezó a ver a más
estudiantes a medida que avanzaba. Los demás miraban asustados cómo las
gotas de sangre formaban un rastro por los pasillos de la universidad. Luego
de correr sin descanso, llegó finalmente a la enfermería, cuya puerta se
encontraba abierta. El chico entró gritando que asistieran a su compañera.
—¡Qué sucedió! —preguntó una de las tres enfermeras que estaban
ahí.
—¡No lo sé! ¡Solo la encontré así en mi habitación! ¡Por favor,
ayúdela! —gritó él con la voz entrecortada.
Tenía ganas de llorar, pero sabía que debía ser fuerte en ese
momento, así que se contuvo pensando únicamente en el bienestar de
Bárbara.
—¡Tranquilo, nosotras nos encargaremos! —dijo una de las
enfermeras mientras llevaban a la chica a otra habitación.
—Tú espera aquí —Le ordenaron.
—¡Ha perdido demasiada sangre! —gritó una de ellas.
—¡Llama a una ambulancia! —ordenó la otra.
Morgan escuchaba desesperado lo que ocurría, cuando de repente un
sujeto mencionó su nombre desde atrás.
—¿Aquí se encuentra Morgan Caluti?
Él, todavía empapado con la sangre de Bárbara, volteó y vio a tres
hombres de pie junto a la entrada; eran el director del instituto, un oficial de
policía y un sujeto de aspecto desarreglado. Este último era alto y robusto,
llevaba un sombrero, un traje marrón oscuro, lentes transparentes y una
barba desaliñada con forma de candado, pero lo que más destacaba en su
semblante, eran las grandes ojeras debajo de sus ojos.
—¡Morgan! ¿¡Qu... Qué es toda esa... sangre!? —El director se
encontraba atónito, aun así, bastante preocupado, extendió su mano
temblorosa en dirección al hombre, y lo presentó—: É-É-Él es el detective...
Robert Cleman.