Capítulo 4: Safira
En el Foro los rumores eran afilados como espadas. Yo, Titus, cojeaba entre los puestos de
los mercaderes con mi pierna marcada por una viga caída en Corinto, cuando intenté salvar
mis textos filosóficos bajo el fuego de Mummio.
Mi ceceo traicionaba mis palabras, pero mi cojera no apagó mi anhelo por las mujeres, un
fuego que Safira encendía con su mirada siria.
Pagué unos sestercios por un puñado de ciruelas. El olor a garum y pan llenaban el aire con
densos perfumes. Las golondrinas cantaban en las altas columnas, y las malvas silvestres
adornaban el camino con sus pétalos morados brillando bajo las blancas nubes.
Un mercader alzó su voz: “El culto crece, y César planea unificar los templos. Los galos,
-dicen-, preparan sus lanzas en el norte”. Mis versos surgieron, teñidos de sombras:
Fama crescit, Roma tremit,
Unus deus gentes dividit.
Olea spirant, ego taceo().
()Los rumores crecen, Roma tiembla,
Un solo dios divide a los pueblos.
Las aceitunas respiran, yo callo.
Buscando respuestas, llegué a un jardín escondido tras el Templo de Vesta, donde olivos y
jazmines florecían bajo el sol. Safira estaba allí, su cabello negro brillante con jazmín, su
perfume de mirra me envolvió como las amarillentas aguas del Tíber, cuando se funden en
el Tirreno.
“Titus”, dijo con su acento sirio, alargando vocales, “¿Sientes el peso de Roma?”. Partió una
manzana y la acercó a mis labios, sus dedos rozando los míos. Mi corazón, atado por mi
juramento a Lucius, latió con fuerza.
“En Siria”, me dijo, “Astarté enseña que el amor une sin cadenas”. Su mano tocó mi mejilla,
y mi ceceo me traicionó: “Sssafira, soy un hombre roto...”
Ella sonrió, alisando su cabello. “Un filósofo roto es más humano que un emperador ciego”.
El viento agitó los jazmines, y los jilgueros trinaron, como si aprobaran mi deseo. ¿Acaso los
pájaros leían el corazón de los libertos?
Mis versos, nacidos del viento y el mar azul, brotaron:
Oculi Syri, corda movent,
Amor floret, Roma cadit.
Jasmina spirant, ego claudico().
()Los ojos de Siria mueven el corazón,
el amor florece, Roma cae.
Los jazmines respiran, yo cojeo.
En el Aventino, una taberna bulliciosa olía a garum y orines. Las palomas murmuraban en
un patio donde pequeñas margaritas silvestres crecían entre las piedras. Lucius se reunió
jud rampoeng
(Jud Rampoeng)
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