El Mundo - 18.03.2020

(sharon) #1

EL MUNDO. MIÉRCOLES 18 DE MARZO DE 2020
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P R I M E R P L A N O


«No tenemos miedo al coronavi-
rus. Hay miedo a la reacción de la
población». La cita es de un virólo-
go alemán que asesora al Gobier-
no de Berlín sobre las medidas a
adoptar contra la pandemia. Mie-
do de la clase política a la reacción
de una sociedad que nunca acep-
taría un confinamiento como el
impuesto por las autoridades chi-
na en Wuhan, dispuesta a defen-
der sus derechos y libertades e in-
dividualista.
Alemania ha sido uno de los úl-
timos países europeos en blindar-
se contra el coronavirus. O su
aplastante poderío le hacía sentir-
se inmune a un virus de 80 a 220
nanómetros de diámetro que sólo
da saltos mortales de
metro y medio, o las
autoridades necesita-
ban que la dinámica
del Covid-19 generara
una tormenta de con-
cienciación social an-
tes de proceder a lo
inevitable (convertir la
normalidad en fic-
ción) o a lo necesario
(transformar el egoís-
mo en responsabilidad
individual, solidaridad
y coraje civil).
La cronología de las
ultimas semanas va en
esa dirección. Con el
sello de credibilidad
que ofrece la canciller
Angela Merkel en si-
tuaciones de crisis,
sus llamamientos a la
calma, elogios a un
sistema sanitario con
28.000 camas en las
unidades de cuidados
intensivos y todos los
recursos al alcance
del Estado, la ciudada-
nía ha ido asimilando
la gravedad de la si-
tuación desde la ba-
rrera. «Alemania no es
Italia», «no hay razo-
nes para el pánico»,
eran las opiniones en
las calles.
Hasta hace unos dí-
as, la normalidad se
reproducía a través
del ventanal por el
que mi puesto de tra-
bajo se traga hasta el
último rayo de luz que
cae sobre Berlín y me
inspiro viendo traba-
jar en el Ministerio de
Asuntos Exteriores.
Hasta hace unos dí-
as, veía al personal ad-
ministrativo y diplo-
mático regar las plantas de sus
despachos, tomar café, mantener
reuniones y abrir carpetas con do-
cumentos que, aun sin saber su
contenido, me ponían los dientes
largos. Ellos son la tripulación del
avión en el que subo a diario y
donde empecé a sentir las prime-
ras turbulencias. Tras la confirma-
ción de los primeros contagios en
Berlín observé cambios. Los des-
pachos no se ocupaban, no había
ordenadores encendidos. Al ano-

checer, las ventanas iluminadas en
una fachada de cuatro alturas y ca-
si 200 metros de largo se contaban
con los dedos de una mano. Asun-
tos Exteriores reorganizaba el tra-
bajo. Ponía sus fuerzas a salvo.
Mi sospecha se hizo realidad de
forma abrupta. La Bolsa de Fránc-
fort se hundía un día sí y el otro
también. La intocable Liga de fút-
bol se jugaba a puerta cerrada.
Las grandes ferias y congresos se
suspendían. Los festivales y con-
ciertos se anulaban. La clientela
en bares y restaurantes mengua-
ba, las empresas suspendían pedi-
dos. En los supermercados empe-
zaron a faltar productos. Y sí, tam-
bién el papel higiénico. Merkel,

que hasta entonces guardaba si-
lencio, tuvo que dar la cara.
Este lunes pasado, cuando la ci-
fra de contagios superaban ya los
6.000 y las muertes por coronavi-
rus la media docena, la canciller
volvió a comparecer ante los me-
dios para anunciar una lista de
restricciones tan exhaustiva que
sería más fácil empezar por lo
permitido. Lo hizo en presencia de
un puñado de periodistas, a los
que previamente se les habían

asignado sillas con distancias en-
tre sí de dos metros. Son las nue-
vas reglas. En la sala de prensa
donde comparecen los portavoces
del Gobierno y de los distintos mi-
nisterios, el acceso también se ha
limitado.
Ahora es necesario apuntarse a
una lista y confiar en la suerte. No
hay posibilidad de buscar presen-
cialmente noticias, llega lo que lle-
ga. Por plasma, email y comunica-
dos de prensa. Por no tocar super-
ficies contaminadas por el virus
no se cogen ni los teléfonos.
El Gabinete de comunicación de
la populista Alternativa para Ale-
mania (AfD) fue especialmente ac-
tivo en la fase inicial de la pande-

mia, pero sus críticas a la gestión
del Gobierno fueron cayendo en
saco roto. No hay nada que rascar
en una crisis donde el inmigrante
es un virus y sus portadores no
son refugiados.
Las vías de las principales ciu-
dades alemanas están práctica-
mente vacías, pese a no haberse
ordenado el confinamiento y ha-
ber multas de por medio. El tráfi-
co es como el de cualquier gran
ciudad en agosto. Algún que otro

coche, alguien en bicicleta, perso-
nas que han salido a hacer gestio-
nes en la calle o paseando. Repar-
tidores que agilizan el trabajo de-
jando los paquetes en la puerta y
sin requerir la firma. El miedo al
contagio se palpa. Las residencias
de ancianos no permiten visitas,
pese a la soledad de sus residentes
y el temor de los familiares a que
sus mayores mueran solos.
En droguerías y supermercados,
los dependientes se quejan de la
violencia con la que algunos clien-
tes reaccionan al no encontrar lo
que buscan o se les racionan cier-
tos productos. En los hospitales se
insulta al personal sanitario por
impedir el acceso de familiares y
amigos a los enfer-
mos hasta el punto
de que se han
puesto cerraduras
en determinadas
alas. La asistencia
a domicilio de per-
sonas dependien-
tes y ancianos que
viven solos se co-
lapsa por la falta
de personal. Las
empresas pierden
cada día 1.500 mi-
llones de euros por
la falta de activi-
dad y la posibili-
dad del despido
hace tiritar a miles
de familias. Y esto
no ha hecho más
que empezar, pues
según los expertos
hasta el 70% de la
población podría
contraer el maldito
Covid-19.
Alemania se ha
blindado al exte-
rior y confinado en
el interior, aunque
la clase política no
pierde de vista las
elecciones genera-
les del año próxi-
mo. En la carrera
por la candidatura
a la Cancillería de
la Unión Conserva-
dora de la CDU-
CSU ya hay un
nuevo nombre, el
del primer minis-
tro bávaro, Markus
Söder, primer diri-
gente que declaró
la guerra al coro-
navirus, marcando
con ello las pautas
al Gobierno.
Su anticipo y
d e t e r m i n a c i ó n
contra el coronavirus le han con-
vertido en referente y dado rédito
en las elecciones municipales ce-
lebradas el pasado domingo en
Baviera. Ha frenado el avance de
la AfD y de Los Verdes. Al Partido
Socialdemócrata (SPD) no se le
oye. Su única baza es el ministro
de Finanzas, Olaf Scholz, que ha
renunciado a la austeridad y al dé-
ficit cero poniendo a disposición
de los afectados por la pandemia
las arcas del Estado.

La percepción de


los alemanes so-


bre el virus no


dista mucho de la


que ha seguido el


resto del planeta.


Primero, como si


la cosa no fuera


con ellos. Bares


llenos, confianza


en el sistema,


«Alemania no es


Italia», llamadas


a la calma, niños


en los coles, gim-


nasios abiertos...


Después, con los


primeros muer-


tos, menos des-


pachos ocupa-


dos, teletrabajo y


distancia social.


Finalmente,


cuando se ha


comprendido la


dimensión del


problema, cierre


de fronteras,


anulación de


vuelos y medidas


económicas para


salir del agujero.


Cuando la


realidad se


convierte


en ficción


TESTIGOS


DE LA


PANDEMIA


EN EL


MUNDO


CARMEN
VALERO
BERLÍN



  1. ALEMANIA


Un grupo de ancianos aislados por el coronavirus en una residencia de Grevenbroich. REUTERS


El tráfico en
Berlín se parece
al de las ciudades
durante agosto

En la crisis
sobresale el
liderazgo del
‘premier ’ bávaro

Las críticas al
Gobierno de la
ultraderecha han
caído en saco roto

COVID-19 ALEMANIA

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