El Mundo - 03.04.2020

(lily) #1

EL MUNDO. VIERNES 3 DE ABRIL DE 2020
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P R I M E R P L A N O
i

PEDRO SIMÓN MADRID
Cada año atiende a cerca de 500
niños con patologías importantes
de corazón y pasa 14.000 consul-
tas. Ha visto de todo y no todo
bueno.
Le conocíamos en posición verti-
cal. Pero no postrado en una cama
en posición horizontal. Con su bata
de doctor dando instrucciones. Pe-
ro no vestido de enfermo obede-
ciéndolas.
Desde ahora, el prestigioso doc-
tor Federico Gutiérrez-Larraya –je-
fe de Servicio de Cardiología Pediá-
trica de La Paz y del Hospital Ruber
Internacional, autor de más de 200
publicaciones científicas y miembro

activo de las principales sociedades
profesionales internacionales y na-
cionales– tiene otra cosa mucho
más importante que incorporar a su
curriculum.
Ha estado a punto de morir.
Y otra más importante que la an-
terior.
No lo ha hecho.
El momento más delicado sucede
en la habitación en la que está ingre-
sado. El doctor de 61 años lleva dos
días allí con oxígeno. La fiebre no de-
ja de subir. La neumonía bilateral a
causa del coronavirus le dificulta la
respiración. Está desorientado y muy
débil. Él sabe lo que le está pasando.
O cree saberlo. Lo ha visto otras ve-

ces. Entonces coge un sobre. Afian-
za los dedos con las fuerzas que le
quedan en torno a un bolígrafo. Y
ese hombre se pone a escribir.
«Pensaba que me iba a morir.
Analicé mi cuadro clínico y era una
posibilidad más que cierta. Tenía
miedo, claro. Me hice un esquema
mental. Cogí aquel sobre del hospi-
tal. Me puse a escribir mi propio
testamento».
Hay cierto alivio en la voz del doc-
tor que arregla los corazones rotos
de los niños.
Y no es porque haya perdido la
barbaridad de ocho kilos de peso en
tan sólo 10 días, sino porque ya está
recuperándose en el hogar.

Ya saben cómo va esto.
Un lunes fue el malestar en casa.
El martes siguiente fue el positivo
en coronavirus.
El miércoles fueron la fiebre y
los dolores atrincherado en la habi-
tación.
Cuando el domingo fue traslada-
do por su esposa al hospital para ser
ingresado, el doctor tenía cerca de 40
de fiebre y sufría desvaríos.
Lo que vino después está escrito
en un sobre con letra pequeña.
Lo que descubrió durante la es-
tancia hospitalaria se lo contamos
aquí con un párrafo bien grande.
«Un médico necesita tocar a sus
pacientes, que el enfermo le transmi-
ta con sus palabras y con su gestua-
lidad. Por eso ha sido todo tan extra-
ño y tan nuevo: entraban de dos en
dos vestidos de blanco. Aunque les
conociera, no sabía quiénes eran...
Allí iban, con las gafas empañadas,
sudando debajo de esa ropa, no sa-
bía si eran enfermeros o médicos o
trabajadores de la limpieza, movién-
dose con dificultad. Yo
tampoco me podía ex-
presar porque no tenía
fuerzas... Por eso, con el
paso de los días, mis es-
fuerzos iban encamina-
dos a transmitirles algo
positivo. Porque el médi-
co necesita cualquier tipo
de información. Cada
vez que pasaban a ver-
me, me ponía a hacer al-
go de ejercicio físico, era
mi forma de decirles que
iba mejor. Eso les llama-
ba mucho la atención.
Luego, cuando podía ha-
blar, empecé a decirles: ‘Si estoy yen-
do hacia arriba es por vosotros’. Fue-
ran quienes fueran. Porque los pro-
fesionales necesitan ese ánimo. Lo
de menos es el médico allí dentro. Lo
que más importa es la persona que
te limpia el baño, el que te toma la
tensión, el que te lleva la comida. Te-
nía que decirles que valoraba mucho
el esfuerzo que hacían, ese esfuerzo
titánico de ponerse un traje así y qui-
társelo a cada rato, como el submari-
nista con el neopreno... He aprendi-
do a ser más generoso. Además de
pastillas, necesitamos emociones».
En el fondo, esta podría ser la his-
toria de un preso. Y no hablamos de
un confinamiento físico. O no solo.
De esos presos que comparten reclu-
sión con otro (su vecino de cama era
diabético, hipertenso, en diálisis y
con un ictus a sus espaldas). De esos
que se ponen rutinas en 15 metros
cuadrados y tachan palitos para no
enloquecer y sentirse humanos.
Las rutinas de Federico las anotó
también en aquel sobre que daría pa-
ra una novela.


  1. «Quedarme sentado y no tum-
    bado».

  2. «Ver las noticias de la intranet
    del hospital».

  3. «Hacer las comidas a su hora».

  4. «Lavarme hasta los bajos aun-
    que no haya ducha».
    Seguía haciendo ejercicio cada
    vez que entraban. Ya no tenía fiebre.
    Cuando el domingo 22 de marzo
    fueron a valorar darle el alta, él les
    dijo que preferiría irse para dejar la


cama a alguien que la necesitara
más. Tenía mal el funcionamiento
del riñón y del hígado, inflamación
de algunos órganos, una radiografía
nada halagüeña. Pero pudo salir.
Desde entonces, cuenta los días
que le quedan de aislamiento do-
miciliario para regresar a aquella
posición vertical de antes del coro-
navirus.
–Tengo una especie de complejo
psicológico. Necesito echar una
mano, estoy jodido por eso. Ahora
mi mano vale muchísimo, porque
estoy inmune y mi capacidad de
trabajo es mayor.
El mundo de ahí fuera le dice que
de los 10 miembros de su equipo,
cuatro han sido contagiados. Que
su mujer también está infectada.
Que su hija (más que nunca) sigue
emperrada en hacer neumología.
La pregunta es qué ha aprendido
de todo esto un doctor como él des-
pués de tener que cambiar la mira-
da: hacerlo desde abajo en vez des-
de arriba.

La respuesta es que más que en
cualquier máster. «Saber que pue-
des desaparecer en cualquier mo-
mento, te hace replantearte el futu-
ro. Sobredimensionamos la parte
tecnológica, pero necesitamos so-
bredimensionar la parte humana.
Estar más con los pacientes cuando
esto termine, respetar su entorno,
sus creencias... Yo pienso que aho-
ra soy mejor persona y médico».
La historia termina como empezó:
con aquel sobre escrito con una cali-
grafía urgente.
Allí contaba cómo quería que fue-
se todo. La vida sin él. ¿Quieren sa-
ber el final de aquel texto?
Es domingo 22 de marzo. A Fede-
rico le dan el alta. Coge esos papeles,
los lee y hace algo instintivo: los me-
te dentro del sobre manuscrito. Ese
es el uso que va a tener el testamen-
to artesanal que ideó sobre una
muerte, la suya, que todavía no toca.
Habla con nosotros desde su do-
micilio. Le preguntamos por aquel
documento. Federico va a buscarlo.
Regresa. Nos comunica que hay
que extremar la higiene: su mujer lo
ha tirado a la basura.
Cree que da mala suerte.

De salvar a 500 niños


cada año a ser curado


El cardiólogo infantil Gutiérrez-Larraya, dado de alta, llegó a escribir


a mano su testamento durante el ingreso pensando que moría


Federico Gutiérrez-Larraya, jefe de Servicio de Cirugía Pediátrica de La Paz. ARCHIVO PERSONAL


El doctor, con su familia. ARCHIVO FAMILIAR


«He aprendido que,
además de pastillas,
el paciente necesita
emociones»

COVID-19 PACIENTES QUE SE CURAN

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