El Mundo - 03.04.2020

(lily) #1
EL MUNDO. VIERNES 3 DE ABRIL DE 2020
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OPINIÓN i


EL SOL ríe en los balcones, vino a decir
Bécquer. Cuando era niño, mi familia sa-
lía con sillas a un balcón largo y ancho,
retranqueado, no saledizo, para charlar y
tomar el aire. El abuelo atendía sus mace-
tas de plantas medicinales. En las noches
de domingo, solíamos divisar, a lo lejos,
las luces de los coches que regresaban a
la ciudad. La abuela siempre decía: ¡Dios
quiera que no haya accidentes!
La gente está saliendo a las ocho a los
balcones a aplaudir a los sanitarios. Tam-
bién a respirar, a saludarse, a ver la calle:
un suspiro de libertad. ¿Por qué dejaron
de hacerse balcones en las casas? El enca-
recimiento del suelo urbano ha obligado a
un aprovechamiento del espacio. Tenien-
do el mundo al alcance con todas las pan-
tallas domésticas, balconear para entrete-
nerse y cotillear –mira cómo va ése, adón-
de irá aquélla– dejó de ser divertido.
Aumentaron el ostracismo y la vergüenza,
incluso respecto a los vecinos, cada vez
menos allegados. Hace tiempo que las ca-
sas son un encierro. Con cerraduras po-
tentes, con avisos de alarma.

A los balcones les sucedieron las terra-
zas, signo de mayor estatuto económico,
ilusión de azotea y jardincillo. Sobre todo,
en las urbanizaciones privadas. Protegi-
das por un muro bajo, nadie quiere ser
visto ahora. Las terrazas dan más pisto, y
por eso hay quien llama terraza a su vo-
luntarioso balconcillo.
Muchos de los balcones que quedaban
se fueron cauterizando con vulgares ce-

rramientos. El último empeño de los ar-
quitectos por hacer balcones –¿años 70?–
se fue apagando con los cerramientos
posteriores, ya mayoritarios en las facha-
das. Objetivo: ganar espacio en los cuar-
tos de estar. Queremos celdas más gran-
des y con más trastos. Cómo lo estarán
pasando quienes viven en buhardillas,

con el techo a dos palmos del cogote y un
ventanuco en cualquier parte. Muchos de
mi generación cumplieron su sueño de ir-
se de casa a vivir solos a una buhardilla:
¡libertad y bohemia!
Y fueron desapareciendo los pasillos,
los largos pasillos en los que correteaban
los niños. Ahora hay menos niños. Yo he
llegado a patinar –patines de carreras, les
pedí a los Reyes– por el pasillo de casa de

mis abuelos. Hasta que los vecinos de aba-
jo golpeaban con la escoba. Las casas te-
nían pasillos eternos, incluso con recodo.
Los pasillos han encogido. Un jol escueto,
si lo hay, y las habitaciones arracimadas.
Quienes estos días quieren andar en casa
han de recorrer cada cuarto de punta a
punta. Y tampoco hay tantos cuartos.

NO saldremos ni más convencidos ni
más fuertes. Sino frágiles, muy frágiles.
Habrá que reconstruir demasiada devas-
tación. Cosas de afuera, cosas nuestras.
Muertos en la casa, entre los amigos. En-
fermos felizmente recuperados, pero que
son la lucecita de alerta de lo que tam-
bién sucederá quizá con nosotros. Leo
que hay más de cuatro millones de perso-
nas que pasan este confinamiento solas.
La soledad, cuando se hace notar aún
más de golpe, no es un gozo, ni un placer
inesperado, ni el paraíso del silencio, sino
una amenaza cumplida. La soledad con
miedo no acepta disfraces estéticos. Es
un tiburón sentado enfrente.
Tenemos estadísticas para todo, menos
para encontrar las llaves perdidas de ma-
ñana. No echaremos de menos los gran-
des acontecimientos, sino los asuntos sen-
cillos que se hacían con los otros. Esto
también pasará, pero habrá que darle mu-
cho brazo al remo. Algunas cuestiones sa-
gradas han saltado por los aires. Otras en
camino de cumplirse han zozobrado. Ha-
blamos de seres humanos, no de datos.

Los datos son útiles para concretar en
matemáticas las grandes tragedias, pero
no valen para un hombre solo, para una
mujer. Y sumando unos y otros son millo-
nes los que se preguntan «y ahora qué».
Ya no valen los triunfos conseguidos ni
las grandes tragedias soportadas. Todo se
reduce a algo más cercano, más pequeño:
resistir, sobrevivir, cuestionar.
Asombra la cantidad de ciudadanos que

en plena emergencia sanitaria por el puto
virus, con más de 10.000 muertos en Espa-
ña y sumando cadáveres, está dispuesta a
reventar lo poco que aún queda de Gobier-
no sin esperar a que superemos cuanto an-
tes esta etapa inoperante. El odio es una
característica humana de la que carecen
los demás animales. Cada día asoman ban-

dadas de españoles que, legítimamente, re-
claman mejor eficacia, incluso solo efica-
cia. Yo entre ellos. Pero hay urgencias que
resolver, prioridades pospolíticas. La deso-
ladora famiglia aún no ha demostrado, a
una, que está ahí por algo más que salir
triunfal de algunas refriegas muy medio-
cres. Les corresponde patentizar que son
capaces de adaptarse al medio aparcando
el rencor ideológico. La vocación de pren-

der ánimos mientras la realidad va suman-
do lutos es una gimnasia irresponsable, si-
niestra. Las barracudas se han disparado,
igual que la gente sola ha emergido por las
ventanas. Habrá que rendir cuentas cuan-
do se hayan vaciado las UCI. De momento,
facilitar el trabajo en los hospitales es la
única manera de estar a salvo.

CABO SUELTO


ANTONIO
LUCAS

LA BALSA DE LA MEDUSA


MANUEL
HIDALGO

AYER, España batió todas las marcas de
los muertos y pulverizó los peores datos
de la ruina: 110.000 contagiados
oficiales,10.000 muertos y casi dos
millones de parados. En este mes de
marzo, el gran hito político iba a ser la
movilización sexista de socialistas,
comunistas y sus palmeros mediáticos del
8-M. Y, efectivamente, lo ha sido. Durante
dos meses largos, un inútil del PSC al que
hicieron ministro de Sanidad porque
Iceta quería presentarlo a las elecciones
catalanas y el Estado de las Autonomías
vació de sus funciones ese ministerio
hace tiempo, así que poco mal podía
hacer, no quiso atender las alertas de la
OMS y la UE para prevenir el contagio en
el sector sanitario. Ayer, el informe de
Juanma Lamet detallaba: 3, 11, 13 y 24 de
febrero. Y en ayuda del inútil Illa llegó el
experto gubernamental Fernando Simón,
que sigue saliendo en la tele a engañar al
prójimo: la epidemia no llegaría a
España; si llegaba, sólo habría uno o dos
casos; estábamos muy preparados;
comprar material sanitario, ¿para qué?
No podíamos saber el número concreto
de contagiados y de muertos, pero sí
debíamos saber, porque nos lo advirtieron,
que los habría y muchos. No podíamos
saber el número de empleos que se iban a
destruir, pero en un país que vive del

turismo era fácil, hasta para un
nacionalista del PSC, ver que el destrozo
laboral sería devastador. Sin embargo, la
prioridad no era salvar vidas, sino el duelo
de las bandas rojas y moradas. Calvo y
Montero, el maldito 8-M. RTVE y el cártel
televisivo privado rivalizaban en burlas
sobre el peligro sanitario: coronavirus, oé,
mata más el machismo, etc. Los
presentadores salían con mascarilla y el
público les reía la gracia. PP y Ciudadanos,
con honrosas excepciones, fueron a que les
escupieran, como siempre.
Porque todo fue como siempre: la
izquierda en el Gobierno abusó de su
aplastante poderío mediático; la derecha
se mariacomplejinó. Volvió a hacerlo
con el decreto-ley del estado de alarma,
que contenía una bomba de
intervencionismo económico típicamente
comunista. Y ahí están los números rojos,
rojísimos, de la muerte y la ruina. El
Gobierno intervino las destilerías: ya no
hay alcohol. Prohibió o encareció
despedir: 1.900.000 sin empleo. La
ministra de Trabajo nos tranquilizó: no
son parados, es que las comunidades
autónomas no dan bien los datos.
Prohibieron la Historia real. Acabarán
prohibiendo la aritmética.

Números


rojísimos


En un país que vive del
turismo era fácil, hasta
para un nacionalista del
PSC, ver que el destrozo
laboral sería devastador

COMENTARIOS
LIBERALES

F. JIMÉNEZ
LOSANTOS

IDÍGORAS Y PACHI


Estar a salvo


Balcones


y pasillos

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