El Mundo - 03.04.2020

(lily) #1

EL MUNDO. VIERNES 3 DE ABRIL DE 2020
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CIENCIA
i


TERESA GUERRERO MADRID
Los experimentos con ratones sien-
tan las bases de muchas investiga-
ciones con aplicaciones para las per-
sonas, aunque su biología sea natu-
ralmente muy distinta a la de los hu-
manos. Sin embargo, ayer conoci-
mos los resultados de un estudio que
nos acerca un poco más a ellos pues
muestra no sólo que los ratones sien-

ten y padecen, como muchos otros
animales, sino que sus gestos refle-
jan esas emociones de manera visi-
ble. Es decir, que cuando experimen-
tan placer, dolor o miedo se les nota
en la cara.
Es la conclusión a la que ha llega-
do un equipo del Instituto Max Planck
de Neurobiología, en Alemania, que,
según asegura en Science, ha apren-

dido a distinguir e in-
terpretar esas emocio-
nes (placer, disgusto,
dolor, asco y miedo)
mediante un sistema
de inteligencia artifi-
cial (IA) entrenado pa-
ra identificarlas.
Y aunque averiguar
qué siente un ratón
pueda parecer algo ba-
nal, los autores de es-
te estudio dicen que
será util para investi-
gar los orígenes neurológicos de las
emociones tanto en otros animales
como en los humanos. Sigue sien-
do un misterio para la ciencia y aún
no se sabe con detalle cómo surgen
las emociones que sentimos en los

complicados circuitos cerebrales.
Conocer esos mecanismos neuro-
lógicos que hay detrás es, según Na-
dine Gogolla, coautora del estudio,
«un importante requisito para inves-
tigar el mundo de las emociones y po-

sibles desórdenes co-
mo la ansiedad o la de-
presión».
Los investigadores
utilizaron algoritmos
de IA basados en el
aprendizaje de máqui-
nas para analizar las
expresiones faciales
de los ratones, a los
que grabaron en vídeo
mientras les ofrecían
distintos estímulos, co-
mo darles a probar lí-
quidos dulces, salados y muy sala-
dos o someterles a distintas situacio-
nes. De esta forma, comprobaron que
tenían diferentes reacciones cuando
algo les gustaba o les causaba males-
tar, miedo o dolor.

AMADO HERRERO PARÍS^
Las colinas que se elevan al noroes-
te de Johannesburgo ocultan una im-
presionante red de cuevas de piedra
caliza. Encrucijada de caminos en-
tre la costa y las tierras altas del in-
terior del continente, sus habitacio-
nes han servido de refugio a una im-
presionante variedad de homínidos
en diferentes períodos de la prehis-

toria: desde arcaicos Australopithe-
cus hasta seres muy similares a los
Homo sapiens modernos, pasando
por el enigmático Homo naledi. Aho-
ra, un nuevo hallazgo atestigua tam-
bién la presencia de Homo erectus
hace más de dos millones de años.
«Durante nuestras clases prácti-
cas en el yacimiento de Drimolen, un
estudiante descubrió un grupo de

fragmentos», relata Stephanie Baker,
del Instituto de Investigación Paleon-
tológica de la Universidad de Jo-
hannesburgo. «Vimos que se trataba
de restos de un cráneo, pero al prin-
cipio no eran identificables». Fósiles
tan antiguos deben ser extraídos del
suelo en fragmentos que, después,
los investigadores reconstruyen cui-
dadosamente antes de poder identi-
ficar su origen.
«Durante esos trabajos de campo
aparecieron nuevos restos; comen-
zamos a ensamblarlos pero no aca-
bábamos de ver a qué podía pertene-
cer exactamente esa pieza, hasta que
nos dimos cuenta de que estábamos
ante los huesos de un homínido», re-
cuerda. Bautizado como DNH 134,
su morfología y su cavidad cerebral
confirmaron de que se trataba de un
Homo erectus, en concreto un niño
de unos tres años. El hallazgo se des-
cribe en un artículo publicado ayer
en Science, e incluye también el des-
cubrimiento en el mismo yacimien-

to de un segundo cráneo, correspon-
diente a otro miembro distinto del
género homo, el Paranthropus robus-
tus.
El Homo erectus fue la especie más
longeva de nuestros antecesores. So-
brevivió durante más de 1,5 millones

de años, adaptándose a variaciones
climáticas en múltiples ecosistemas
de tres continentes distintos. Con bra-
zos más cortos y piernas más largas
que los miembros precedentes del li-
naje de los hombres, los H. erectus
podían caminar y recorrer largas dis-
tancias.
Hasta ahora ningún otro ejemplar
de la especie había sido descubierto
en Sudáfrica, y los más antiguos se
habían hallado en Kenia –dónde se
cree que pudo aparecer por primera
vez– y en Georgia, con una antigüe-
dad de unos 1,9 millones de años. Pe-
ro la datación de la cueva sudafrica-
na, realizada por el mismo equipo,
muestra que el cráneo y el resto de
fósiles eran más antiguos, fechados
entre 2,04 y 1,95 millones de años.
«La edad de DNH 134 muestra que
el Homo erectus vivió 150.000 o
200.000 años antes de lo que se pen-
saba», afirma Andy Herries, codirec-
tor de las excavaciones y jefe del De-
partamento de Arqueología e Histo-
ria de la Universidad de La Trobe, en
Australia.
Pese a que el hallazgo retrasa la
aparición del H. erectus, sus descu-
bridores no creen que Sudáfrica sea
la cuna de esta especie. «La repenti-
na aparición de Homo erectus en es-
te lugar, junto a la presencia tardía
de representantes del linaje de los
Australopithecus afri-
canus, parecen suge-
rir que ambas se ori-
ginaron en otro encla-
ve y que migraron a
Sudáfrica con otras es-
pecies», señala Herries.
Dado que Homo
erectus es una de las
especies más impor-
tantes en la evolución,
el descubrimiento tie-
ne importantes impli-
caciones para la evo-
lución del ser huma-
no. De manera que, pa-
ra verificar sus resul-
tados, el equipo utili-
zó todas las técnicas
disponibles: datación
paleomagnética, resonancia para-
magnética electrónica, datación de
uranio-plomo y datación de la fauna.
«Cotejamos todas las fechas de cada
una de estas técnicas y juntas confir-
maron que teníamos una edad muy
precisa», afirma Baker.

La convivencia


de tres especies


de homínidos


‘Homo erectus’, ancestro directo nuestro, ya


vivía en Sudáfrica hace dos millones de años


Una estudiante de paleontología trabaja en la excavación de Drimolen de Sudáfrica. JESSE MARTIN


El fragmento del cráneo DNH 134 conservado. A. HERRIES


Recreación de distintas expresiones de un ratón. MPI / KUHL


El rostro de un ratón


refleja sus emociones


El hallazgo ayudará a entender cómo se procesan
en el cerebro y a tratar trastornos como la depresión
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