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La persona que cuida


En nuestra sociedad hoy el cuidado de las personas enfermas o incapacitadas se adscribe fun-
damentalmente al sistema familiar y, dentro de éste, a las mujeres, preferentemente a las amas
de casa. En Navarra, según la Encuesta de Salud (1.991) el 71% de las personas que cuidan a
personas ancianas con alguna limitación permanente de la actividad son mujeres.


Cuidar, más si es sólo una persona la que se encarga de proporcionar cuidados, si el proceso
es largo e irreversible y el deterioro y la invalidez progresivos, supone una carga tanto física
como emocional, puede tener consecuencias negativas en la salud y el bienestar personal y en el
desarrollo del propio proyecto de vida de la persona cuidadora. Compartir los cuidados es más
saludable.


El tipo de cuidados a desarrollar pueden ser instrumentales (compras, cocinar, tareas domésti-
cas, lavar la ropa, medicación...), de cuidado personal (baño o ducha, vestir, desvestir, comer, eli-
minación urinaria y fecal, pasear, subir o bajar escaleras...), de apoyo emocional, de compañía y
de vigilancia. La constante vigilancia que a veces requiere la persona cuidada aumenta la percep-
ción de sobrecarga.


La situación de las personas cuidadoras puede ser muy variable. En general se relaciona con:



  1. el tipo de problema de la persona cuidada. Es muy diferente si es una persona anciana, adul-
    ta incapacitada, con “enfermedad mental”, el grado y el tipo de incapacidad, etc. 2) la edad y el
    género de quien cuida; 3) el trabajar o no fuera de casa, las relaciones sociales que mantenga,
    etc; 4) los apoyos para prestar los cuidados y 5) el tiempo que lleva cuidando a la persona.


Parece claro que el cuidado de una persona con trastornos psiquiátricos o con comportamien-
tos agresivos produce una sobrecarga emocional superior que la atención a personas con incapa-
cidad física.


En general en casi todos los casos, sus prioridades, deseos y necesidades personales pasan a
segundo orden. Tienen difícil desarrollar una vida propia. Disponen de poco tiempo para sí. La
persona cuidada suele estar en la casa de la cuidadora, lo que dificulta todavía más la separa-
ción de experiencias, permite poco el distanciarse. Se tiende a “ser” una cuidadora asumiendo
esta tarea casi en exclusividad, en lugar de ser una persona que emplea una parte de su tiempo
en cuidar a otra e integra los cuidados en otras tareas y funciones de la vida.


A veces se da conjuntamente la presencia de hijas o hijos pequeños y de personas ancianas o
incapacitadas, lo que produce que la persona que cuida se sienta atrapada entre las dos genera-
ciones sin vida propia y aparezcan sentimientos de agobio, impotencia... e incluso trastornos
mentales.


En el marco de la diversidad y de la existencia de múltiples experiencias y diferentes formas de
vivir, en el perfil de cuidadora más frecuente (mujeres de mediana edad, amas de casa, hijas y
con más de 2 años de cuidado, también algunas esposas o madres más mayores) pueden darse
algunos de los siguientes factores:


· Las actitudes y comportamientos de las cuidadoras respecto al cuidar pueden ser muy
variados: decisión voluntaria, obligación o deber moral, sentimientos de “víctimas”, piensan
que hacen más que nadie y eso le complace, a la vez se sienten mal, “explotadas”; actitu-
des de satisfacción y también de resignación, de chantajes, poder,..., rebeldía a veces en
forma de “pataleta” o reproches. En general se dan valores positivos hacia el cuidado de la
generación anterior pero también ambivalencias.

SITUACIÓN Y NECESIDADES DE LAS PERSONAS CUIDADORAS

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