LIBRO DE LA SALUD CARDIOVASCULAR
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unas demandas mínimas del organismo que posibiliten
la reanimación. En esta fase, la importancia del masaje
cardíaco supera con creces la de la ventilación. Conforme
avanza el tiempo sin recuperarse un ritmo cardíaco
efectivo, la relevancia de la ventilación aumenta, pues
el contenido de oxígeno de la sangre ya es insuficiente.
Sin embargo, aún en este momento, los reanimadores
deben asegurarse de que la ventilación no entorpezca
la cadencia, la continuidad y la calidad del masaje
cardíaco.
Las recomendaciones más recientes proponen
eludir la ventilación en casos en los que sólo haya un
reanimador, para que éste se pueda dedicar por com-
pleto a conseguir un masaje cardíaco correcto e inin-
terrumpido. Cuando hay dos o más reanimadores, se
aconseja hacer dos ventilaciones cada 30 compresiones
torácicas en el paciente no intubado (cada 15 en bebés
y niños). Si el paciente está intubado, se recomienda
ventilar entre 8-10 veces por minuto de forma no sincro-
nizada con el masaje cardíaco, que debe seguir siendo
prioritario. Cada embolada de aire debe darse en el
tiempo más corto posible, sin exceder un segundo por
respiración. La cantidad de aire que insuflar en cada
ventilación debe ser suficiente como para producir una
expansión del tórax del enfermo, pero hay que tener
cuidado de no hiperventilarlo (no dar una frecuencia
excesiva de emboladas de aire ni insuflar un excesivo
volumen de aire en cada respiración), pues la hiper-
ventilación puede ser nociva, afectar a la circulación y
empeorar el pronóstico.
La desfibrilación eléctrica
La eficacia de la desfibrilación eléctrica está fuera de toda
duda, incluso cuando es realizada en el ámbito extrahospi-
talario y por personal no sanitario.
Es excepcional que una fibrilación ventricular
revierta espontáneamente o con fármacos antiarrítmicos.
El único tratamiento efectivo para terminar una fibrilación
ventricular es la desfibrilación mediante un choque eléc-
trico aplicado entre dos palas que se colocan sobre el tórax
del paciente: una sobre el esternón y otra en la región sub-
mamaria izquierda. En ediciones anteriores de las guías de
práctica clínica, la energía recomendada inicialmente para
desfibrilar a un paciente era de 200 julios para los desfibri-
ladores monofásicos, y 150 julios para los desfibriladores
bifásicos. Las últimas recomendaciones proponen desfibri-
lar siempre con la mayor energía que dé el desfibrilador,
excepto en niños, en quienes se aplicarán 2 julios/kg de
peso para el primer choque, y 4 julios/kg de peso para los
sucesivos.
La eficacia de la desfibrilación depende funda-
mentalmente del tiempo que lleve el paciente en fibri-
lación ventricular. Cuando la duración de ésta es inferior
a un minuto, la desfibrilación tiene una tasa de conver-
sión a ritmo sinusal muy elevada. Conforme pasan los
minutos, la amplitud de las ondas de fibrilación se va
reduciendo, así como las posibilidades de revertir la
arritmia. Después de cuatro minutos en fibrilación ven-
tricular comienzan a producirse lesiones irreversibles en
el cerebro y otros órganos, con lo que las probabilida-
des de supervivencia cada vez son menores, incluso en
el caso de que se consiga restablecer un ritmo normal.
En este período, la probabilidad de supervivencia se
reduce un 10% por cada minuto que pasa sin que se res-
tablezca un ritmo cardíaco efectivo. En cualquier caso, la
falta de un desfibrilador no debe retrasar el inicio de las
maniobras básicas de resucitación. Varios estudios han
demostrado el beneficio de comenzar inmediatamente
Desfibrilación eléctrica. con éstas hasta que el desfibrilador esté disponible. De