dan Nahu-kudurri-ussur, «Dios Nabu, protege las fronteras»,
así pues, la lectura del nombre de Nebukadnezar.
También se descifró pronto la segunda versión de la inscrip
ción de Behistun. Basándose en inscripciones más breves de los
reyes aqueménidas, ya Grotefend consiguió constatar que las
cuñas verticales poseían un valor determinativo del nombre
que seguía a continuación. El profesor londinense E. Norris
consiguió obtener resultados decisivos en este campo. Tras
comparar detenidamente los nombres propios, de los cuales
hay aproximadamente 50 en esta versión, llegó a la conclusión
de que se trataba de la lengua hablada en la provincia persa de
Susiana, que antiguamente llevó el nombre de Elam. Mientras
que de la escritura cuneiforme persa existían unos 40 signos en
total, de la elamita había 111. La versión babilonia contiene
más de 600 signos.
Entte tanto, los descubrimientos hechos en Nínive, Khorsa-
bad, Nimrud y otros lugares sacaron a la luz nuevos documen
tos sobre el pasado asirio del país. El número de las tablillas de
arcilla, inscripciones murales, estatuas, relieves, sellos y sellos
cilindricos fue en aumento. También creció el número de los
que se dedicaron a la investigación de la escritura cuneiforme.
Les seducía la dificultad de los problemas. Su trabajo no fue
nada fácil. Ni siquiera Rawlinson ocultó las dudas que le asal
taron al poner a prueba los conocimientos adquiridos al des
cifrar la inscripción de Behistun en la investigación de otros
textos asirios más pequeños. Hubo otros eruditos que aco
gieron con reserva^ e incluso con desconfianza, estas nuevas in
vestigaciones. :
Había que acallar las voces escépticas, que a veces eran tam
bién irónicas. Para esto se hizo un examen, que, dentro de un
marco festivo, tuvo casi carácter oficial. En el año 185.7, cuatro
investigadores de la escritura cuneiforme se encontraron casual
mente en Londres: H. Rawlinson, E. Hinks, el francés J. Op-
pert y el inglés W. Fox Talbot. Por instigación de este último
investigador, la Real Sociedad Asiática (Royal Asiatic Society)
les dio a cada uno de ellos una copia litográfica de una inscrip
ción asiría, que había sido descubierta hacía poco , con el encar
go de constatar a qué rey hacía referencia. Debían también ha
cer una traducción y enviarla en un sobre sellado, dentro de un
plazo de tiempo fijado de antemano. Las cuatro llegaron en el
plazo señalado a la mencionada sociedad. Fueron abiertas y
leídas en una festiva sesión. Se puso de manifiesto que los
cuatro investigadores no sólo habían constatado, acertadamen
te, que la inscripción hacía referencia al rey asirio Triglatpileser
I, sino que habían traducido sin diferencias fundamentales el
texto total, que contenía los anales de los cuatro primeros años
del reinado de dicho soberano. No sólo los cuatro «candidatos»
pasaron este examen con la mejor nota, sino que, al mismo
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