pequeña piedra oval (llamada kudurru) para que quedara
constancia pública (la piedra permanecía en el terreno, hacien
do la función de «mojón-límite»). Con esto, el concesionario
debía quedar protegido ante eventuales demandas de terceras
personas. Con frecuencia se conservaba también en el templo
un duplicado del mojón-límite, con el fin de ganar la «protec
ción de los dioses» para el terreno en cuestión. Los símbolos
que representaban a los dioses se grababan por regla general en
el extremo superior del mojón-límite (véase lám. XXVIII).
También los terrenos que poseían las tribus casitas pasaron por
este sistema a manos privadas. Esto se hizo por una indicación
personal del rey a los jefes de estas tribus. Sin embargo, habi
tualmente, el rey concedía una indemnización por los terrenos
(que podía consistir en cereales, ganado, aceite, vestidos, etc.).
A veces la cesión se realizaba sin recibir a cambio indemniza
ción ninguna (aunque, por supuesto, siempre con la aproba
ción del jefe de la tribu). La cesión de parcelas de terreno a ter
ceras personas se hacía con el fin de premiar diversos méritos o
servicios, porque proporcionaba diversas ventajas no sólo para
los reyes sino también para los miembros de la tribu (por
ejemplo, en el caso de tener que defenderse ante un ataque
enemigo).
Estas tribus, que poseían los terrenos en propiedad colectiva,
tenían un alto nivel de organización. A su cabeza se encontra
ba el jefe, con su aparato administrativo. El territorio de la tri
bu abarcaba pequeños distritos, cuyo suelo se encontraba divi
dido en parcelas independientes, explotadas por determinadas
familias. Las familias constituían las unidades sociales y econó
micas más bajas. El jefe de la tribu era el supremo administra
dor de su distrito, al que se designaba como su «casa». Era el
responsable de que los miembros de la tribu prestaran los servi
cios obligatorios y de que pagaran los impuestos; de la cons
trucción y mantenimiento de las instalaciones hidráulicas y
carreteras; de qué se otorgasen terrenos para que pastase el ga
nado del rey, etc. A cambio de esto, los agricultores y artesanos
que se encontraban bajo su administración, debían hacerle
entrega de determinadas contribuciones. El poder de algunos
de estos jefes fue considerable, de modo que, unidos a los sa
cerdotes y comerciantes, constituían un importante contrapeso
frente al poder de palacio. El rey se vio obligado a conceder
una relativa autonomía a algunas ciudades (Babilonia, Nippur
y Sippar entre otras). La población de ellas se veía entonces
libre del pago de impuestos y de la prestación de servicios obli
gatorios. La consecuencia de todo ello fue la progresiva debili
tación del poder del palacio. También la rivalidad de algunas
«casas» paralizó el poder político y económico de los reyes casi
tas, de forma que el reino no pudo oponer ningún tipo de re
sistencia a los duros ataques de sus vecinos asirios.
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