nomos mesopotámicos consiguieron predecir eclipses lunares y
algo más tarde eclipses solares.
Desde el siglo XIII antes de nuestra era se conocían ya las do
ce constelaciones del Zodíaco. Sus nombres han permanecido
en su mayoría invariables hasta nuestros días (Géminis, Cán
cer, Escorpión, Leo, Libra, etc.). En la biblioteca de Asurba
nipal en Nínive se conservó una copia del «Manual Astro
nómico», cuya edición original es mucho más antigua (pro
cede ya de la época de Hammurabi). Las estrellas se encuen
tran en este manual divididas en tres categorías (según sus
nombres, de dioses, ciudades o animales). En dicho manual es
tán también constatadas las principales características de estas
estrellas. El momento de salida de un astro se relaciona con la
puesta de otro. Se indica también la duración de los días en las
diferentes estaciones y se incluyen además distintas observa
ciones referentes al sol, la luna y algunos planetas.
La astronomía mesopotámica alcanzó el punto máximo de su
desarrollo durante la época de los seleúcidas persas. Conoce
mos incluso ¡los nombres de los más famosos astrónomos como
Naburimanni (hacia el año 500 a. de C.) y Kidinnu (hacia el
380 a. de C.). Los griegos los conocieron con los nombres de
Naburianos ¡y Kidenas. El historiador latino Plinio habla de las
famosas escuelas de astronomía de Babilonia, de Üruk, e inclu
so de la de Sippar.
El estudió de la astronomía, que era exclusivo de la clase sa
cerdotal , no¡ siempre tuvo fines científicos. En aquella época, la
astrología, junto con la magia y los augurios, formaba parte de
las «ciencias!ocultas». Por la posición de las estrellas se predecía
el futuro y ele ellas se hacían depender diversos actos rituales y
sacros. Establecer horóscopos propiamente dichos sólo fue
usual a parrir del siglo V a. de C- Es sabido que el último rey de
la época neobabilónica, Nabónido, se ocupó de la astronomía e
hizo depender algunas de sus decisiones de la posición de las
estrellas.
No deja de tener interés el estudiar de cerca las concepciones
que —según los textos literarios sumerios— tenían los mesopo
támicos de la Tierra. Según ellos, su forma era la de una se-
miesfera hueca y el cielo era igualmente una bóveda semiesféri-
ca situada sobre la tierra. El cielo estaba para ellos dividido en
tres planos, de los cuales sólo era visible uno de ellos, el prime
ro, en el que se movían los cuerpos celestes. En el horizonte se
encontraban las montañas del Levante y del Poniente, cada
una de las cuales tenía una puerta. La primera de estas puertas
era abierta por el sol al comenzar su camino por la bóveda ce
leste visible; la última, al terminar este recorrido. La bóveda ce
leste tenía ¡también orificios o aberturas (las «ventanas del
cielo»), a través de los cuales los dioses enviaban la lluvia sobre