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(rjguadog) #1

LA ESPÍA QUE NUNCA MUERE OTRO DÍA


Algunos multimillonarios de Jouleburg se habían construido casas que serían
lo más parecido a aquella del cuento de Hansel y Gretel. Compuestas
mayoritariamente por azúcar, estas viviendas tenían paredes de caramelo, puertas y
ventanas con marcos de chocolate y tejados de regaliz, entre otros ingredientes.
Evidentemente, esas casas eran todo un reclamo para los niños traviesos, que
saltaban las vallas para encontrarse con que unos animales escrupulosamente
carnívoros, con más gusto por las proteínas que por los carbohidratos, se
encargaban de custodiarlas.


—¿Por qué iba a querer un niño comerse estas casas? —preguntó Roberto—.
Un par de mordiscos a ese tejado son suficientes para llegar a la Cantidad Diaria
Recomendada de hidratos de carbono.


Y eso no era todo. Ese chocolate debía tener muchos aditivos artificiales; de lo
contrario, se derretiría con el incesante calor. A pesar de la razón que tenía el
muchacho, Ana y Harlon juzgaron que lo mejor que podían hacer con el comentario
de Roberto era ignorarlo.
El Palacio de Vanadio, desde luego, no era comestible. El Palacio de Vanadio
comía, no era comido. Consumía la honestidad y los sueños de todo gobernante
idealista que comenzara a habitarlo. Con Cracksey, sin embargo, pasaba mucha
hambre.


Hay personas tan ineptas para el trabajo que cumplen estrictamente todo lo que
les pide su jefe. A Stevn Cracksey le gustaba rodearse de ese tipo de gente. Y por
eso supo que tenía que salir de su residencia para que su sobrino entrase.
—Hugo, déjales acceder al recinto —ordenó el presidente al agente de
seguridad que impedía el paso a Harlon y a sus tres acompañantes.

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