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(rjguadog) #1

La inteligencia interpersonal de Roberto llevaba días experimentando un
desarrollo espectacular. En efecto, Ana no quería revelar sus intenciones sin antes
ganarse la simpatía de los dirigentes. Fingió su mejor sonrisa y empezó por elogiar
el corte del traje de Cornelia, la elección de tabaco de Stevn y el color de la ropa
interior de Cherissa. La dulce niña tenía la idea preconcebida de que los
personalismos lo son todo en política, ignorando que solamente suponen un noventa
y cinco por ciento.


Incapaz de sentarse, merodeando en torno a la mesa, Harlon buscaba la mejor
manera de volver a conquistar ese protagonismo del que siempre había carecido.
Exagerar la ofensa recibida no había dado el mejor resultado. En su segundo intento,
lanzó violentamente la obra de Schelling contra la mesa.
—¡Stevn, mira este libro! Philosophische Untersuchungen über das Wesen der
menschlichen Freiheit und die damit zusammenhängenden Gegenstände. Es
alemán. Es filosofía alemana. Por lo tanto, ¡estamos dentro de una tostadora!
El razonamiento pareció irrefutable a los presentes. Al menos, el presidente y
la ministra no vieron motivo por el que intentar refutarlo.
—Hasta un borrego del PELMA podría llegar a esa conclusión, Harlin —dijo
Cherry mientras cambiaba la disposición de sus piernas por vigésima novena vez
en lo que iba de tarde.
—Lo sustancial en las personas es inmutable. —El señor Cracksey bajó su
mirada—. Lo sustancial en ti es el hedonismo. Desde pequeño, tú has pasado de
todo. Solamente te preocupabas por las mujeres y por las motos.
»¿Te has vuelto ahora un estúpido moralista? No, claro que no. —Stevn vio
que Harlon iba a decir algo, pero no se lo permitió—. Tiene que haber otra
razón. ¿Por qué te obsesionas ahora con el mundo exterior?


Había llegado la hora de revelarlo. Harlon no pudo evitar sentir un incómodo
nudo en la garganta, pero tenía que decirlo. Después de todo, el detective aún amaba
a ese ser despreciable, a esa persona que realmente tenía sus mismos defectos, pero
que carecía de esos escrúpulos morales que sí habitaban el alma de Harlon.
Recordó cómo había aprendido a nadar gracias al tío Stevn. El pequeño Harlon
se cayó a una piscina y, como no sabía nadar, no pudo hacer más que pedir ayuda.

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