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(rjguadog) #1

El otrora alcalde pidió que nadie socorriera al niño, y lo hizo con un argumento
impecable:
—Este chico debe aprender que no puede depender eternamente de las ayudas
de los demás. No hay ética sin autonomía.


Harlon estuvo cerca de la muerte y percibió, como una sucesión de fotogramas,
lo que había sido su breve vida, además de una extraña visión de su tío colgando de
un Pinus glauca. Pero, al final, consiguió mantenerse a flote y llegar hasta el borde.
A pesar de ese y otros muchos recuerdos felices, de todas esas tardes de
diversión que había pasado junto al tío Stevn, la hora de la verdad había llegado.
—Lo sé. Lo dijo en su lecho de muerte. Me dio una carta, una carta que llevaba
guardando más de dos décadas, escrita en un idioma que ni él entendía.
—¿A qué te refieres, Harlon? —preguntó el presidente.
—Gorgos Cracksey no era mi verdadero padre.


Silencio.
Las palabras de Harlon tenían un solo destinatario. De todos los presentes en
la sala, una sola persona tenía derecho de réplica. Derecho y deber. Pero esa persona
no parecía muy dispuesta a ejercer su derecho.
Quizás, solo quizás, Stevn se habría visto obligado a dar explicaciones si nadie
hubiese llevado a un niño impertinente.
—Entonces —caviló Roberto—, ¿Stevn Cracksey no es tu tío?

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