—¿Hay motivos para pensar que los del PELMA pueden estar implicados? —
inquirió Harlon, curioso.
—¿No me has entendido? —Cracksey volvió a fruncir el ceño. «Esta es la
mayor prueba de que no eres un Cracksey de verdad, y no las últimas palabras de
mi hermano», penso Stevn—. No, de momento no. Pero quiero que vosotros
encontréis esos motivos. Y que justifiquéis que tuvieron la oportunidad de hacerlo
en todos los casos. Y que pongáis pruebas encima de la mesa.
A Cracksey le repugnaban los homicidios. Sí, había promovido alguno, pero
siempre como último recurso, solamente cuando fallaban vías más civilizadas: por
ejemplo, la calumnia, la injuria, la manipulación y la falsificación de pruebas.
Comprendió que Harlon estaba muy verde. Definitivamente, no era su sobrino
favorito, y no solo por no ser su sobrino. El hijo de su hermana Sherli, Emild Wellet-
Cracksey, era un joven muy bien preparado, inteligente, honesto, buen ciudadano,
y sabía devolver el favor cada vez que Stevn lo sacaba de la cárcel.
—Yo lo haré —dijo Melibia, alzando la mano—, pero conste que me opongo
moralmente. Todo sea por poder viajar al mundo exterior.
—Si no hay más remedio... —Harlon se resignó.
—Supongo que aunque los medios a los que usted nos obliga son un poquito
turbios, nuestros fines son nobles y desinteresados —aseguró Ana—. Quiero mi
casa de trescientos metros cuadrados, señor, y haré lo que sea para conseguirla.
—¿De qué estáis hablando? —Roberto estaba en la inopia. Desde su última
intervención, no había prestado la menor atención.
Ana se llevó las manos a la cabeza, pero Stevn Cracksey sonrió. Se aproximó
al niño y acarició su nuca.
—Tú no vas con ellos, amigo mío. Tú te quedas con nosotros.
A Roberto no le hacía mucha gracia la idea de separarse de sus amigos. A
Harlon sí le gustaba la idea de separarse de Roberto. En cuanto a Ana y Melibia...
una cosa es que yo sea un narrador omnisciente y otra cosa muy distinta es que sepa
cómo piensan las mujeres.
—Cherry, ocúpate —ordenó Cracksey.