LA IMPORTANCIA DE LLAMARSE ROBERTO
¿Qué había podido pasar? Su hijo estaba en paradero desconocido y, para
colmo de males, la tostadora ya no funcionaba. La garantía no había expirado pero
no tenía tiempo para llevarla al fabricante.
No tenía tiempo el Sr. Angulo porque los policías lo mantenían muy ocupado,
sometiéndolo innumerables veces a innumerables preguntas. ¡Y eso que tenía
coartada! Cuando Roberto y su amiga desaparecieron en la cocina, él estaba en el
salón. Podía probarlo: recordaba exactamente lo que había ocurrido en el episodio
de «Farmacia de Guardia» emitido en la fecha y hora de la desaparición. El
inspector encargado del caso adujo que para saber eso no hacía falta haber visto el
capítulo.
«En vez de ir a por los que pasan droga, se ponen a resolver casos de niños
desaparecidos», pensó con indignación el padre de familia. ¡Y ojalá todo hubiese
quedado en la sospecha policial! Su esposa también lo culpaba por lo sucedido con
la tostadora y lo sucedido con el pequeño:
—¿Cómo se te ocurrió dejar que el niño entrara en la cocina sin vigilancia? Él
no tiene que aprender a usar los electrodomésticos, a excepción de la nevera.
Estudiará en una buena universidad, sacará buenas notas y con ello podrá tener un
sueldo que le permita asumir una hipoteca y contratar a una asistenta.
La Sra. Gracia era de esas madres que se preguntaban por qué el ratoncito Pérez
traía regalitos a todos los infantes menos a su hijo. «Ni dejando un rastro de queso
parmesano hasta el diente, oye». Pero tenía un gran corazón y acababa comprando
ella misma los regalos, relatando que en realidad provenían del roedor. Decía a su
hijo que Pérez no había podido recoger el diente de leche a tiempo, de modo que
mandaba el regalo en diferido en forma efectivamente de simulación. Y que eso lo
entendería Roberto cuando fuera mayor. O no.
Llevar la tostadora al fabricante dejó de ser una fuente de preocupación cuando
un juez ordenó su confiscación. La intención era comprobar si había alguna célula