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(rjguadog) #1

y un certificado de la Generalitat, y solo entonces podrían convocar una junta
vecinal para pedir acceso a las viviendas. La Sra. Gracia probó incluso a dejar la
puerta de la casa abierta, pero lo único que trajeron los Reyes fue un espacio libre
de algo menos de un metro cúbico; lo ubicaron exactamente en el lugar que hasta
entonces había ocupado el televisor de Panasonic.
—¡Guau! —exclamó el pequeño—. ¡Justo el libro que quería!
A Roberto le encantaban los libros. Servían para impresionar a las visitas.
Algunos, incluso, podían ser leídos cuando uno ha acabado de estudiar, de jugar y
de buscar incisiones sobre la arena. Se acordó de Melibia, esa chica tan
irresponsable que anteponía los libros a todas aquellas necesidades humanas. Un
recuerdo suscita otro recuerdo: la imagen de Harlon intentando seducirla. Y...
¡Ana! ¿Por qué no había vuelto con él? Para tranquilizar a Hertha van Mulder, su
madre, el muchacho había concluido que el odio que sentía la niña hacia su propia
familia la retenía en el mundo del interior de la tostadora. Sin embargo, una parte
de él temía que le hubiese sucedido lo peor.
Otra parte de él temía que Ana hubiese muerto.
Echaba de menos a sus amigos, sí, pero no con mayor intensidad que a Cherry.
La ministra, en lo que a todas luces había sido un farol, dijo que iba a someter a
Roberto a un lavado de cerebro. ¡Qué tontería! Luego resultó ser la mujer más
encantadora y agradable del mundo, merecedora de ocupar el sillón de Cracksey y
de llevar a lo más alto un partido que, digan lo que digan los detractores, tiene
algunos concejales honrados en algunos pueblos cercanos a las Montañas
Inalcanzables. Roberto habría podido dar una vida por ella.
Cherry, Ana, Harlon y Melibia llorarían su ausencia en El Valle. Después de
los asesinatos que con tanto tino había resuelto, su historia no tenía un final feliz.
¿O sí?
Claro que sí: solamente necesitaba ampliar las miras.


Podía ser que no todo fuera bien para sus amigos, de acuerdo. Pero en uno de
esos momentos, en algún instante de aquella mañana de enero, un pastor nómada
botsuano encontraría muy probablemente el amor. ¡Y sin recurrir a parafilia alguna!
Atravesando el Kalahari bajo un sol inclemente, alcanzaría un poblado situado en

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