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(rjguadog) #1

—Eso es horrible.
Roberto supo que había encontrado a alguien como él. O, mejor dicho, a alguien
que, fuera o no como él, no era como los que no eran como él. O, mejor dicho, que
no era como salían ser los que eran tal que no eran como él.
—Por esto —concluyó la niña— quiero irme de este mundo.
Por el momento, por orden del amable encargado de ese local, tenían que irse de
aquel sitio. Roberto quiso pedir un daiquirí en la barra para seguir consumiendo,
pero los últimos años de Felipe González fueron malos tiempos para los menores
no abstemios.
—¿Quieres venir a mi casa? —propuso el niño—. Podemos decir a mis padres
que vamos a jugar a videojuegos violentos, que se lo creen todo. Y luego, en
realidad, nos encerramos en la habitación y consultamos un atlas universal para
buscar otros mundos a los que ir.
—Esos otros mundos no aparecen en los atlas convencionales, niño tonto
—contestó bruscamente la niña—. El Gobierno Intermundial Secreto nos oculta
su existencia para dominarnos desde las sombras. El conocimiento exclusivo de
mundos alternativos es la principal herramienta de la auténtica clase dominante. Y
por eso nos oprimen y nos hacen leer a Balzac.
—Tiene sentido.
—De todas formas —reconsideró Ana—, quizá lo mejor sea ir a tu casa. ¿Tienes
electrodomésticos?
¿Para qué querría electrodomésticos una niña de nueve años? Roberto sabía que
sus padres hacían muy a gusto las tareas del hogar, con el objetivo de que su
queridísimo hijo se encontrara una casa ordenada, una mesa puesta y unos muebles
limpios. ¿Qué sentido tenía que el beneficiario de las tareas del hogar participara en
dichas tareas? A Roberto le parecía una incongruencia y, coherente con este
razonamiento ontológico, siguió sin ayudar en casa muchos años más.
—¡Eh! ¡Eh, tú! —Ana llamó su atención—. ¡Que estabas en la inopia! Ahí, con
cara de estar pensando que para qué querría electrodomésticos una niña de nueve
años. ¿Es que no lees los artículos en tinta transparente de las revistas invisibles
sobre metageografía?


El piso en que vivían Roberto y sus padres no estaba lejos. Ana no abrió la boca
durante el breve viaje, harta de la incultura de aquel niño que, además de jugar mal

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