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(rjguadog) #1

—Me alegra ver que la obra del profesor Von der Lein trasciende las fronteras
de la tostadora. Tengo unas cuantas publicaciones suyas en mi habitación.
—Estoy encantada de aceptar tu invitación para merendar en tu casa —agredeció
Ana—. Has sido muy amable ofreciéndonos un refrigerio a mí y a este niño tonto.
—Yo también me apunto —añadió Roberto, preguntándose dónde demonios
estaría el niño tonto al que se refería Ana.
Márgara y Eustrobio poseían una finca donde la única edificación visible era una
bonita casa de plastilina de dos plantas, con ventanas de film de plástico
transparente y con puertas de madera. La plastilina les permitía remodelar la casa
con facilidad.
El dormitorio de la joven quedaba sita en la planta de arriba. Las paredes eran
azules y tenían colgados pósteres violentos, ya que la habitación había pertenecido
a Ediardo, un adolescente con un afán sincero por conseguir la paz mediante la
guerra. Después de que Eustrobio ofreciera pastas a los niños, la joven les
preguntó algunas cosas sobre el mundo exterior.
—Las pastas en nuestro mundo están mucho mejor que aquí, por ejemplo. O
quizá sea culpa de tus padres, que han utilizado las mismas materias primas que
para sembrar botijos —dijo Roberto sin mala intención, antes de que Ana golpease
su nuca con la mano abierta.
—¿Es que no te han enseñado buenos modales, niño imbécil? —La niña era muy
estricta con su regla de no ofender gratuitamente a los demás. Roberto era la única
excepción que se permitía.
—No pasa nada... Ana, ¿no? —Melibia sonrió—. El pobre chico no tiene la
culpa. He leído algo sobre este defecto: «cromosoma Y» lo llaman.
Melibia frotó la cabecita de nuestro amigo, así que Roberto coligió que su
observación había sido muy oportuna y que la broma mordaz de su anfitriona no
fue sino un elogio. En realidad, él no tenía ninguna duda sobre cómo tratar a los
demás, pero sobreestimaba su propia inteligencia interpersonal; se inventaba el
estado de ánimo del prójimo y actuaba consecuentemente.
El niño resultó impresionado cuando Márgara abrió la puerta para
ofrecerles tostadas con mermelada.
—¿Hay tostadoras dentro de la tostadora? ¿No contradice eso el principio
metafísico de correspondencia?

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