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(rjguadog) #1

CÓMO SE HACE UNA LECTORA


A Melibia le era difícil ocultar su sorpresa. ¿Quién le habría dicho que iba a ser
su madre, entre todas las personas, quien la acabaría instando a marcharse de casa?
—Lo siento, Meli... Leí tu diario cuando eras una adolescente, para saber si
habías conocido en el instituto a un gamberro con moto, con un clima familiar
perturbador pero con un lado sensible. Quería darte consejos sobre cómo
convertir a los hombres en personas. Y, sin embargo, tú solo escribías de lo que
leías en esos libros tan raros.
»Pero lo que me llamó la atención fue esta página. —Márgara extrajo una hoja
de papel del bolsillo de su chaqueta.
¡Era la página que faltaba en su diario! La joven la estuvo buscando mucho
tiempo, extrañada de que se soltara de la encuadernación. Creyó que se la habían
comido los hongos ascomicetos. ¿O serían los basidiomicetos?
—Siento haberla arrancado. Léela, hija, léela en voz alta para que todos
escuchen lo que escribiste en tu diario personal e íntimo —sugirió la madre con
ternura.
Un escalofrío recorrió el cuerpo de la joven cuando cogió la hoja de papel y se
la acercó a la cara. Las gafas de Melibia mostraban todo un fracaso de la moda de
El Valle, pero no conseguían disimular el exceso de humedad sobre sus ojos.
—Voy... ¡Voy a leer! —Melibia tomó aire y centró la vista en la hoja
arrancada—. Trigésimo viernes del año ciento setenta y dos después de Joule. Sigo
indefectiblemente insatisfecha con mi vida, lo cual deja claro que me hallo en plena
adolescencia. Estoy harta de mis profesores, que sostienen la extravagante e
inverosímil idea de que el mundo no está dentro de una tostadora. Estoy harta de
mis compañeros y compañeras, que anteponen la diversión vacua y el placer sexual
incipiente a toda esperanza de insumisión. Especialmente, muy especialmente,
estoy harta de mis padres. Ojalá... ¡Ojalá no volviera a verlos...!
El llanto no dejó continuar a Melibia, empapando con lágrimas agridulces (en
sentido figurado) la página extraída del diario. Lloró, lloró mucho, probablemente
afrontando la idea más deseada y a la vez más terrible de todas: ¡había llegado la
hora de abandonar el nido! Cayó de rodillas, vencida por la emoción. Su madre le
revolvió el cabello, comprensiva y tiernamente.

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