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(rjguadog) #1

Tenía sentido. Un simple cálculo felicítico, siguiendo la doctrina utilitarista de
Jeremy Bentham, dejaba claro que el bienestar de Roberto era lo más beneficioso
para el mayor número y, por lo tanto, salvarse uno mismo era la única opción
moralmente aceptable. ¡Qué bueno es saber de ética!


—¡Vale, Melibia! —gritó el niño, con el alma herida por la pérdida de una amiga
sin que él pudiera hacer nada—. ¡Así lo haré! —Y vio cómo un edificio de viviendas
surgía debajo de Melibia y la ascendía.
Notó que aquella azotea no tenía sombrillas.
La pobre Melibia no aguantaría durante mucho tiempo la exposición a la
radiación solar... o, en este caso, a la fuerte radiación infrarroja procedente de los
Nicralambres, esos filamentos incandescentes en el horizonte que se calientan por
la disipación de energía eléctrica. Roberto siguió corriendo, recordando las últimas
palabras de Melibia, hasta alcanzar a Ana.
Mientras los pequeños inmigrantes iban a tanta velocidad como podían, el niño
explicó a su amiga cómo había intentado salvar a Melibia y cómo ella había
decidido sacrificarse para salvar a Roberto, puesto que él era más importante.


Ana no daba mucha validez a la historia, pero ya no tenía sentido llorar por Meli.
No. «Yo ya soy toda una niña». Nueve años de vida le habían enseñado a no
lamentarse por pérdidas irreversibles.
La velocidad, sin embargo, no fue suficiente para que se salvaran. Un inmueble
similar al que habitaba forzosamente Melibia surgió del suelo, aún más rápido. Los
pequeños quedaron atrapados en la azotea del edificio, que tenía barbacoa, jacuzzi
y sombrillas, además de una mesa con pimientos de piquillo y judías verdes, pero
ningún comestible.
La puerta que comunicaba la azotea con la escalera, para colmo de males, estaba
cerrada. «¿Las puertas de las azoteas están cerradas por el lado de la azotea?»
Incluso ella quedó ingratamente sorprendida. ¡Acabarían muriendo de inanición
si no eran rescatados!
—Esto es lo mismo que le ha pasado a Melibia, pero nosotros tenemos
sombrillas —aclaró Roberto—. ¡Menos mal!
—Es bueno saberlo.
No cabía duda de que Ana prefería la compañía de Melibia, pero, dadas las
circunstancias, tenía que forzar que el niño le cayera tan bien como fuera posible.

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