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(rjguadog) #1

Hacer algo, algo tan simple como molestarse en decir que no, habría tenido una
consecuencia, habría sido un reconocimiento del poder de Julius sobre ella. La
reconciliación del Concejo de Voltown con la Familia Real solo llegó cuando una
bomba mató a todos los miembros de la misma, como demuestra el hecho de que
Cordolç dejara de recibir cartas amenazantes del Rey.


Cordolç dijo que no, pero no se lo dijo a Julius. Se lo dijo al alcalde de Jouleburg.
—Ese día —contó el anciano—, Stevn Cracksey nos sugirió una idea muy
diplomática: bombardear los generadores del corregimiento de Voltown y atentar
contra la vida de su alcaldesa, pero de forma que pareciera que habían sido los
malos. Decenas de miles de hombres y de mujeres se alistaron en la Brigada
Plúmbica para vengar a sus cónyuges, a sus cuñados y a sus seres queridos.


—¿Los teslandeses no negaron la autoría de los atentados? —inquirió Ana.
—Sí. Aún recuerdo la réplica de Cordolç: «Mi querido Stevn es un malnacido
sin escrúpulos y un embustero taimado, pero no tanto». Cuando supo que se había
equivocado en las tres últimas palabras, Tesland ya se había rendido.


—Ante la Brigada Plúmbica. —La niña recordaba el pasaje en el que Dirk van
Mulder relataba la caída de Tesland, en el que intentaba describir cómo enaltecía
su espíritu contemplar el orgullo y la alegría de los voltownianos mientras orinaba
por la borda.
—Sí... pero no. Se rindieron ante la idea de que el general Brunswick
reemplazase el lugar de la Brigada Plúmbica.
El escalofrío que recorrió el cuerpo del veterano no pasó inadvertido para Ana.
Su interlocutor no había estado bajo el mando de Yorck Brunswick, que no tomó
parte en la conquista de Tesland. ¿Por qué su nombre producía esa reacción en
él? ¡Qué hombre tan magnífico y despreciable tuvo que haber sido!
—¿Qué puede decirme del general Brunswick?
Tardó en responder. Cuando lo hizo, lo hizo con exaltación.
—¡Ese hombre iba a convertirse en el líder todopoderoso del mundo! ¡Rey del
mundo, niña! El más implacable adalid del bien. A cuántos malvados mataría, a
cuántas de sus esposas violaría, a cuántos de sus hijos humillaría... no lo sé. Pero
Kelvinia era demasiado, dicen; eso era... demasiado, ya lo creo. Demasiado hasta
para él. —El hombre suspiró, haciendo una pausa—. Era el precio. Kelvinia era el
precio de la corona.

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