White dedujo que el ascensor había sido saboteado por la misma persona que
mató a la víctima; no lo dijo en voz alta, puesto que quería mantener su fama de
agente lacónico. ¡Maldito asesino! No se conformó con el feo gesto de matar a un
inquilino pocas horas después de firmar su contrato de alquiler, sino que, además,
quiso obligar a los policías a subir por las escaleras.
Merecía la cárcel.
Los pensamientos del agente White fueron interrumpidos por el estruendoso
ruido de una moto muy revolucionada. El motorista no llevaba casco, aunque sí
gafas de sol. Podía partirse el cráneo de un simple impacto, pero lo compensaba
manteniendo sanas sus retinas y sus bastoncillos. Derrapó enfrente de los agentes y
saludó haciendo el caballito.
Grey lo reconoció al instante.
—Algún día te multaré por ir por ahí sin casco, detective privado Harlon
Cracksey.
Harlon, aparentemente de unos veintiséis años y medio de edad, se llevó la mano
al cabello.
—No quiero que un casco altere mi peinado a lo Jaimes Deen
en Revende sin cláusula.
Así se llamaba una película muy famosa en El Valle. Deen, el actor que
interpretaba al protagonista, murió joven en un accidente de tráfico.
—¡Ah! En ese caso, entiendo, Harlon. —El subinspector era, después de todo,
un hombre tolerante—. Y dime, Harlon Cracksey... ¿quién te ha llamado?
—Se trata de un motivo de suma importancia. La madre del propietario del piso
quería saber por qué su hijo no ha ido a cenar. Pensé en entrevistar a su único
inquilino, Antón Lieja. —Consultó su reloj—. Tengo cita con él hace doce minutos.
El joven detective privado metió las manos en los bolsillos de su estrecho
pantalón. Había que marcar esos glúteos.
—Pues ha estirado la pata, tío —intervino Black—. Nos han dicho que le
asesinaron y que, como consecuencia de eso, la espichó.
—¡Qué faena! —lamentó profundamente Harlon—. Y había quedado conmigo.
Mira que yo no soy muy puntual, pero al menos no me he muerto nunca antes de
una cita.
—Y eso no es lo peor —dijo White.