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(rjguadog) #1

Los niños habrían preferido algo que pudieran disfrutar en un plazo de veinte
años o menos, pero quedaron conformes. Roberto tomó aire para contar todo a los
policías y al detective, desde el principio.
—Conocimos a nuestro abuelo en la azotea de este edificio, que salió del suelo.
Nos dijo que nos daría caramelitos si íbamos a su casa. Mis papás siempre me instan
a no aceptar caramelos de gente mala, y además no me gustan mucho los caramelos
porque intento seguir una dieta variada y equilibrada. Pero a nuestro abuelo se le
notaba su inmensa bondad en el brillo de la mirada.
—Tenía cataratas —señaló Pink, viendo el cadáver.
—Por favor, no me interrumpa —pidió amablemente el niño—. Todo cambió
cuando llamaron a la puerta y el abuelo fue a abrir. Ana y yo consideramos ir con
él, a ver quién era. Eso fue antes de escuchar esa voz temible, áspera, diciendo
palabras horribles: «Me alegro de que le gusten el piso y las demás instalaciones
del edificio, señor Lieja. Debo asegurarme de que comprende los términos de
nuestro contrato de alquiler». Con todas las cosas que hemos visto en la tele sobre
la gente que posee varias viviendas, nos asustamos tanto que nos escondimos en el
armario del pasillo. Les vi pasar por el quicio de la puerta...
—Y yo por el faldón —apostilló Ana—. El criminal vestía sorprendentemente
mal para tratarse de un hombre con once pisos en propiedad. Eso era más temible
todavía, pues podía tratarse de un hombre humilde que se enriqueció.
Grey y Pink se miraron, encogiéndose de hombros. La descripción no encajaba
con ninguna persona que hubiesen visto últimamente. Habría que descartar al
conserje, pero... ¿entonces quién?
—Los dos se fueron al dormitorio del abuelo, de momento la única dependencia
con sillas. Ana y yo nos acercamos a la puerta, pero sin intervenir, porque Ana tenía
miedo.
—Mentiroso —intervino la niña—. Eras tú el que se moría de miedo.
—Bueno, nouménicamente hablando, Ana tenía miedo, y lo expresó
fenoménicamente a través de mí. La cosa es que el hombre malo pidió al abuelito
Antón que leyera en voz alta las condiciones del seguro de impago de alquileres. Él
aceptó.
—¡Tenía cataratas! —insistió Pink, incrédula.
—Estoy hablando yo —protestó Roberto—. No me gusta que me inte...

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