En Hertzig y alrededores, el velatorio era mucho más que una tradición. En
Hertzig y alrededores, la frontera entre las ciencias naturales y la metafísica no era
clara. En Hertzig y alrededores, era difícil distinguir si la muerte estaba en los ojos
del espectador o en el cuerpo del fallecido. Si no era observado, un muerto podía
adquirir la fea costumbre de levantarse y andar. Pero nunca andaba mucho, pues no
tardaba en llegar el momento en que se observaba a sí mismo.
La noche se había cernido sobre aquella urbanización. Harlon Cracksey declaró
su insatisfacción con la actuación policial, como de costumbre, y se ofreció a
acompañar a los infantes.
—Los niños y yo nos quedamos aquí de momento, Grey. Aún tengo que hacer
algunas cosas de detective privado. Ve a hacer tus cosas de policía —dijo Harlon
con tono de desprecio—. Por cierto, espero que hayas notado el tono de desprecio.
Grey aceptó: sí, quería hacer cosas de policía. Concretamente, quería hacer esas
cosas que hace un policía cuando acaba de trabajar, llega a casa, se desviste y se
mete en la cama con su mujer. Y si además había sexo, ¡aún mejor!
—Pasaremos la noche en este piso —anunció Harlon a Roberto y Ana—.
Dormiremos en su sofá, usaremos su cuarto de baño y, por la mañana,
desayunaremos su comida. Es lo que Antón habría querido. ¡Por su memoria!
—¡Por su memoria! —repitieron los niños al unísono, a punto de volver a
llorar.