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(rjguadog) #1

—Desde que soy adulta —repuso la taquillera—. ¿Por qué lo preguntas, niño?
—Desde muy joven en un trabajo seguro en una empresa pública, con
una remuneración independiente de su rendimiento. Usted necesita seguir en su
empleo porque siente que ya es tarde para reconducir su carrera. Su hijo mayor
quiere empezar a estudiar Periodismo el año que viene; la pequeña, cuando crezca,
querrá cursar una carrera de verdad. —El muchacho hablaba pausadamente, con
tranquilidad y, desde su punto de vista, sin un ápice de malicia—. Pues bien: lo
que mi amigo quiere decir es que él es sobrino de Stevn Cracksey, el presidente, y
que usted es una empleada pública. Saque sus conclusiones.


El niño no supo averiguar por qué la mujer había empezado a temblar. ¡Si hacía
mucho calor!


Harlon, por su parte, había quedado estupefacto. Su competidor era brillante.
Pelín psicópata, pero brillante.


—Yo... yo... puedo darles asientos —dijo la taquillera, comenzando a
recuperar la compostura—, pero son duplicados de billetes que ya ha comprado la
gente. Tendrán que ponerse de acuerdo con esos usuarios.
—A mis compañeros de viaje no les importa ir de pie —dijo Ana con
altruismo—. Y nadie le negará el asiento a una niña inocente.
La mujer les tendió tres billetes para el siguiente tren, que probablemente
aparecería en el centro de la estación en un tiempo aproximado de quince minutos.
Antes de despedirse y dar las gracias, Ana se dirigió a la taquillera:
—Por curiosidad, señora... ¿el niño acertó en algo?
—No. No tengo hijos y estudié durante mi juventud, mientras trabajaba aquí
—continuó, no sin cierto enfado—. Pero es oír hablar de Cracksey y...
—Entiendo.


Un letrero rezaba: «Estación de Lyman». Lo más curioso para Roberto era la
ausencia de vías en torno a un inmueble denominado estación. Pronto entendería
por qué.


El tren apareció en un extremo de la estación, con su base a seis metros sobre
el suelo, y cayó sonoramente. Harlon, Ana y Roberto tuvieron que correr para

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