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(rjguadog) #1

La niña se ruborizó. No sabía la causa de ese fenómeno, lo cual le causaba
mucha vergüenza, especialmente hablando con un iletrado que confundía los
movimientos de Chun Li. Quiso salir del paso:
—No te lo pienso decir. Que hayas llegado a cuarto de egebé sin saber eso...
Fue entonces cuando Ana escuchó la voz que provenía de ese libro enorme y
azul. O, mejor dicho, de la persona que sujetaba y seguramente leía ese libro enorme
y azul.
—¿No recuerdas el Principio de Incertidumbre de Wichael aplicado a
edificios? Aplícalo ahora a trenes.


El timbre resultaba muy familiar a los tiernos oídos de los infantes.
—¿Melibia? —preguntó Ana, intrigada.
—¿Melibia? —preguntó Roberto, sorprendido.
La lectora apartó el voluminoso volumen a un lado y los niños pudieron volver
a ver la sonrisa en ese rostro dulce y amable. Las adorables mejillas de Melibia,
otrora oscuras y tersas, habían sido invadidas por quemaduras leves, dado que la
melanina no protege de la radiación infrarroja.
—¡Estas viva, Meli! —exclamó Ana con entusiasmo—. Roberto me dijo que
te habías quedado atrapada en la azotea de un edificio de tres plantas. ¡Qué niño
más mentiroso!


La apasionada de la lectura les contó detallada y pormenorizadamente lo
ocurrido. En efecto, había sido elevada junto con un edificio de viviendas que salió
del suelo. La puerta de la azotea estaba cerrada a cal y canto, no había sombrillas
que la protegiesen de las inclemencias solares, no había comida ni agua y, para
colmo, no había libros. Ni revistas. Ni periódicos del año 157 después de Joule que
relataran las crónicas de la guerra.
Pensaba que iba a morir cuando divisó a la policía. Al principio hizo
señales de auxilio y pidió que la ayudaran a bajar, pero aquellos agentes, tan
distintos entre sí por su comportamiento como por el color de su piel, debieron de
pensar que no era más que una chica con afán de recibir atención y no hicieron el
menor caso.

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