joven, era muy inteligente. Fue capaz de discutir sobre el problema de los
universales en la filosofía prejouliana con un hombre encapuchado que llevaba un
aparato realmente extraño.
—¿Puede describirlo? —pidió Roberto.
—Tenía... forma de escopeta, pero con cables y electrodos, con más colores
que los que cabría esperar en un arma de fuego y con un atomizador en el lugar que
correspondería al gatillo. Cuando más interesante se estaba volviendo la
conversación, discutiendo sobre si te puedes bañar dos veces en el mismo río, ¡zas!
—El viajero gesticuló con las manos—. Un resplandor en una fracción de segundo.
El homicida, huyendo; los dos pasajeros, muertos.
«¡Lo que dijimos nosotros!», gritaron las víctimas en la cabecita del niño.
¿Estaba loco? Decidió que no: los locos no son aquellos que oyen voces sino
aquellos que no las ignoran.
La investigación había arrojado algo de luz sobre el asunto: únicamente había
que dar con el propietario de ese trasto. Pero aquella vaga descripción no le sonaba
de nada. Buscó entre sus recuerdos, esa mezcla de vivencias e ideas innatas, y
encontró que casi se le olvida la mitad de su trabajo.
—¿En qué vagón está el bar, señor? —preguntó Roberto al trabajador—.
Quiero un poco de wiski con... wiski.
—Dos coches después de este, chaval, pero dos circunstancias hacen que te sea
imposible adquirir esa bebida. La primera es que el camarero soy yo; abandoné mi
puesto porque alguien tenía que velar a los muertos, y no podemos cargar a nuestros
clientes con ese deber. —Se puso particularmente serio, pero sin dejar de mirar a
las víctimas—. La segunda es que eres menor de edad, de modo que, aunque yo
estuviera en el bar, no debería servirte una bebida alcohólica.
—Pero si el bar está vacío, yo podría ir y coger una botella de wiski sin su
permiso.
El camarero titubeó, pero acabó replicando con decisión:
—No, porque creo en la bondad natural del ser humano. Eres un niño, lo que
significa que aún no has sido corrompido por las instituciones, y todo hombre que
no ha sido socialmente pervertido siente repugnancia en hacer el mal.