Politics and Civil Society in Cuba

(Axel Boer) #1

Presente y futuro del pensamiento cubano 255


parafrasearlo en este punto: la libertad, o es individual o no es nin-
guna.
Del discurso en sí del entonces Primer Ministro del Gobierno Rev-
olucionario hay que decir que se trata de un material didáctico, con
razonamientos pueriles que siguen una elemental lógica silogística de
tipo aristotélico. Asombra constatar cómo semejante trivialidad
desarmó y derrumbó a buena parte del auditorio. La intención del
texto salta a la vista: someter a los no conversos sobre la base de un
juego de sustitución y desplazamiento de sentidos. Palabras a los intelec-
tuales fue un humillante ejercicio de lobotomía practicado in situ. Si se
aceptan los supuestos establecidos por el Primer Ministro—a saber: la
Revolución es más importante que la creación, que la cultura toda y
constituye en sí misma la obra de arte total (para usar un concepto del
crítico de arte Boris Groys)—entonces no hay nada que discutir, solo
cabe, como artista e intelectual, bajar la cabeza. Es obvio que tal cir-
cunstancia sitúa al propio Primer Ministro en condiciones muy venta-
josas, pues él mismo sería—en tanto figura central de la Revolución—
el auténtico artista y el verdadero intelectual, el artífice par excellence:
«Si los hombres se juzgan por sus obras tal vez nosotros tendríamos
derecho a considerarnos con el mérito de la obra que la Revolución en
sí misma significa». Con esta jugada, pues, ganó la partida, «porque lo
primero es eso: lo primero es la Revolución misma y después, enton-
ces, preocuparnos por las demás cuestiones». En esta escala de priori-
dades, obviamente, Fidel Castro es el Number One Assoluto.
Desde esta distancia preocuparse por la libertad de expresión
podría resultar ridículo, cuando no, sumamente egoísta y hasta pelig-
roso. Los intelectuales y la cultura toda sufrieron un despojo
traumático al verse convertidos en—y valorados sin más como—sol-
dados de la Revolución. A partir de aquí el punto de comparación
entre los intelectuales o, al menos, el punto decisivo de cualquier com-
paración, sería la lealtad y los servicios prestados a la Revolución y al
líder, que se fue identificando con ella^16. Casi 50 años más tarde Jorge
(Papito) Cerguera, en una de esas apariciones televisivas que desataron
la protesta electrónica, repetiría paso a paso el razonamiento de Fidel
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