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La peripecia de la familia Lafuente fue un paradig-
ma del siglo XX. La guerra sacudió a Agustín y la pos-
guerra supuso para él un entrenamiento continuo en
la supervivencia. Volvió a Asturias para trabajar con
las vacas. Pero había cosas con las que no tragaba. Ir
a misa, por ejemplo. “Cuando notaron que faltaba, lo
denunciaron y tuvo que largarse”. Esta vez a La Pola de
Gordón, en la provincia de León, donde el tío Vicen-
te enseñó al padre a hacer queso y mantequilla, que
vendía en latas en viajes a Madrid. “En Lugo vengo al
mundo yo en 1957 y un año después nos trasladamos a
Cantabria”, cuenta José María.
Allí se asentaron definitivamente. El queso y la
mantequilla les sirvieron para mantenerse. Agustín se
había convertido en empresario. Dejó de militar en el
POUM hacia 1942, pero no renunció a su compromiso
con los compañeros de partido. “Viajábamos a Biarritz,
Hendaya y San Juan de Luz para que se viera al otro
lado de la frontera con antiguos compañeros mientras
mi madre y yo comíamos por ahí. No me decía quiénes
eran ni qué pensaban hacer, pero saltaba a la vista que
aquello tenía su trascendencia”, recuerda José María.
Había días en que se notaba más la tensión. “Uno en
concreto, cuando tuvimos que quemar documentos
comprometedores en la fábrica porque le avisaron de
un probable registro que fi-
nalmente no se produjo”.
¿Descolgarían el Guer-
nica del pasillo de su casa
aquella vez? Quizá... Aunque
luego la lámina de Picasso
volvió a su sitio, como los li-
tado planea adquirirlo para sumarlo al acervo del Mu-
seo Reina Sofía en una sede asociada que está previsto
construir en Santander.
El lugar elegido sería el antiguo edifi cio del Banco de
España. Frente al Centro Botín, con la bahía alrededor
y los Jardines de Pereda a los pies. Para resguardar un
fondo fundamental en su campo por el que se han inte-
resado instituciones de todo el mundo. Pero la voluntad
de José María Lafuente fue siempre que quedara en su
tierra como imán de estudiosos y amantes de la historia
del arte moderno. Por convicción y cariño a sus paisa-
nos, tanto si entienden su valor como si no.
Mientras el pasado febrero Lafuente trabajaba con
el Estado los detalles de la operación —ninguna de las
partes ha querido por el momento precisar su monto—,
hacía balance de su legado. Y en ese viaje descubría al
niño que observaba el rastro sin explicaciones de las
catástrofes que han marcado la historia de España, la
lucha por la vida y el doble juego clandestino de sus pa-
dres. Quizá por eso su archivo habla lo que en muchos
momentos ellos tuvieron que callar.
Nada tenía que ver su familia con el arte. Sí con la
política. “Mi padre militó en el POUM”, comenta en el
despacho de la principal fábrica de queso que tiene en
Heras (Cantabria). El Partido Obrero de Unifi cación
Marxista. La organización trotskista fundada por An-
dreu Nin, Juan Andrade y Joaquín Maurín que el esta-
linismo quiso aniquilar a la par que el socialista Juan
Negrín en plena Guerra Civil. Un símbolo libertario,
crítico y amargo de la división republicana cuyo destino
puede explicar en parte por qué acabaron perdiendo.
Agustín Lafuente fue hábil y no cayó. De hecho, se las
arregló bastante bien para sobrevivir en la posguerra
dando tumbos por la cordillera Cantábrica: de Asturias,
donde había nacido en Ciaño en 1913, a la provincia de
León, donde aprendió a hacer queso y mantequilla. Des-
pués, de Galicia a Cantabria, donde fundó su primera
fábrica de productos lácteos en Solórzano. “Antes de la
guerra había trabajado en la editorial Zenith en Madrid.
Siempre tuvo problemas de bronquios y, fíjate, estuvo
ingresado en el Reina Sofía cuando era un hospital”, re-
cuerda José María Lafuente, que continúa así su geome-
tría, trazando con el compás de la memoria y los lazos del
destino. El hospital donde su padre se curó los problemas
respiratorios será pronto la institución que con una sede
asociada en Santander custodie sus documentos. Una
elipsis perfecta que culmina casi un siglo después.
No ha sido la estrategia del Reina Sofía montar su-
cursales, como hacen otros museos. Pero con el Archivo
Lafuente hará una excepción. Su valor y su vocación sin-
gular lo merecen, según ha insistido en varias ocasiones
el director de la institución, Manuel Borja-Villel.
En la página anterior,
José María Lafuente, en su
despacho de la fábrica que
tiene en Heras (Cantabria).
Abajo, reproducciones
de Eduardo Arroyo para
el Ulises de Joyce.
REPORTAJE
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